Los Leal, somos muy cuidadosos al contar nuestras
narraciones familiares. De niños, en el
regazo de la abuela o sentados frente a nuestros abuelos oímos una y mil
historias que nos remontaban, de manera velada, nuestra pertenencia a la perdida Sepharad y a aquel Viejo Continente allende la Mar
Oceana del que un día escaparon nuestros padres, abuelos, bisabuelos y
tatarabuelos para crear el Nuevo Mundo (que no tardaríamos en corromper y
pudrir tanto o más que el Viejo).
Era ese mundo poblado de seres fantásticos que
estaban al doblar de la esquina o metidos entre las vasijas de las casas. En los bosques danzaban y habitaban América y
se encontraron de manera pacífica y amorosa (al menos eso quiere pensar) con
los otros seres de esta tierra. Imagino
a los duendes, las hadas y los elfos platicando con los chaneques; las
sílfides, centauros y sátiros haciendo fiestas orgiásticas con los tlaloques y
los seres que poblaban los aires europeos retozando con los nahuales.
Había una vez un Troll que habitaba bajo un puente
de piedra. Un Troll es un ser enorme y
grotesco que de tanto no moverse y vivir cerca del agua se llenaba de musgo, de
moho y de plantas de las veras de los ríos, lagunas y arroyos. Los Trolls suelen dormir a veces por cientos
de años después de comer y resulta que se confunden hasta con las rocas y ha
ocurrido que hombres y mujeres se llevan buenos sustos al pararse sobre ellos y despertarlos.
Pues este Troll, que vivía bajo ese puente, una
tarde, tras una copiosa lluvia, despertó.
El hambre de siglos le hacía sentir un enorme hueco en el estómago. Veía a diestra y siniestra y no veía ningún
ave, ningún animal ni ningún hombre, mujer o niño para devorar.
Cerca de allí pastaban tres ovejas inocentes de lo
que pasaba bajo el puente que, llegado el momento, debían cruzar. La luz del día comenzó a menguar y fue
necesario que las ovejas regresaran al redil.
Así, vuelvo a decir, ignorantes de lo que pasaba, la primera de ellas se
acercó al puente de piedra.
¡Blin! ¡Blin! ¡Blin! se oyeron las pezuñas de la
pequeña oveja golpetear sobre la calzada de piedra del puente. De un solo salto, el Troll se puso delante de
ella:
- ¡Roar! – Gruñó, y la oveja quedó perpleja sin
saber quién era eso o aquel ser tan enorme y lleno de plantas que gruñía frente
a ella. Amenazante, se puso delante de
ella y le informó:
-¡Te devoraré!
La oveja dió unos pasos atrás y le dijo:
-¡Espera! Veo que tienes mucha hambre y yo soy muy
pequeña. De nada te serviría
devorarme. Mejor déjame ir y seguiré
creciendo y engordando así, con el
tiempo, cuando esté gorda y grande me podrás comer. Tras de mí viene mi hermana, ella es mayor
que yo y tiene más carne que yo. –
El Troll asintió y la dejó pasar en espera de un
manjar mayor.
¡Blan! ¡Blan! ¡Blan! Se escucharon las pezuñas de
otra oveja que caminaba sobre el puente.
El Troll saltó al lado de ella:
-¡Te devoraré porque eres más grande que tu hermana
pequeña!
La segunda Oveja extrañada por la frase le dijo:
-¿Yo? ¿Más grande? ¡No conoces a mi hermana mayor! Ella sí que está gorda. Tanto que no puede ni caminar. Si lo que quieres es un manjar nada pierdes
con esperar un poco a que pase ella. A
mi me faltan carnes y si me dejas ir, te serviré de alimento en tu próximo
plato.
Perplejo, el Troll la dejó ir.
Pasó el tiempo y ya se saboreaba la suculenta carne
de la Oveja Mayor. Se imaginaba hacerse
un nuevo abrigo con la piel de la inmensa oveja y una almohada con su
lana. La boca se le hacía agua solo de
imaginar el exquisito sabor de carnes tan magras. Pasaba bocados de saliva porque su
imaginación le llevaba a pensar en los costillares, las piernas y los “machitos”
de la Oveja enorme, casi gigantesca (digna de un Troll) que vendría enseguida.
¡Blon! ¡Blon! ¡Blon! Se escucharon las pesadas
pezuñas de la última Oveja y el Troll saltó sobre el puente quedando justo tras
la enorme Oveja de cuernos rizados.
-¡Roar!- Bramó.
-¡Roar!- Hizo nuevamente y la Oveja se detuvo
extrañada por semejantes gruñidos.
-¡Te devoraré!-
La Oveja mayor, sin preocupación, alzó sus patas traseras
con toda su fuerza y dio una coz al Troll quien cayó, cuán pesado era, al
embravecido arroyo que bajaba llevando árboles y piedras por la reciente
tormenta.
¡Blon! ¡Blon! ¡Blon! ¡Blon! Siguió su camino la
Oveja mayor para encontrarse con sus dos hermanas al otro lado del puente. Desde entonces no hemos tenido noticia del
Troll que fue arrastrado por la corriente de agua a un lugar desconocido.
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