miércoles, 2 de mayo de 2018

Los viejos arroyos de Magdalena


Sepan ustedes que los reyes no fueron tontos.  Al menos no todos y entre los primeros que nos tocaron emitieron reglas de cómo debían hacerse las calles y hacerse las ciudades.  Que debía haber dos “repúblicas” una de indios y otra de españoles.  Que en ellas debía conservarse de la mejor manera posible su forma de gobierno original y que la de los españoles debía ilustrar a la de los indios en su modo de vivir cristiano.

El 16 de julio del 2016, en plena inauguración del MIPAM, la lluvia bautizó el nuevo recinto cultural de Jalisco


Ya sabemos que los corazones humanos mueven siempre a otras cosas y no siempre ocurrió así. Pero si nos quedó el trazo de algunas ciudades y pueblos muy cuidados para que se pudiera vivir bien y de buenas según su clima.  Acá en Magdalena se hizo cuadrícula y se dejaron calles angostas respetando los arroyos naturales y calles anchas para que el sol y aire pudieran darle mejor vista y mayor limpieza para la "república de españoles".

En Magdalena siempre se ha tratado de controlar las fuerzas de la naturaleza: el aire, el viento, el fuego y la tierra.  Es algo inherente al ser humano.  Con los años, con la idea de “progreso”, se trató de controlar los arroyos de temporal de Magdalena y aquellos que eran permanentes.  Todos ellos eran fuentes que iban a dar vida a la laguna de Magdalena.

Hoy basta la tormenta  o una lluvia para soltar de nuevo las compuertas de aquellas fuerzas que antes le dieron vida al pueblo y que hoy, para muchos, son estorbo.  Así con las primeras tormentas que descargan en el cerro de Santa María Magdalena o en el Viejo, saltan de nuevo las fuente primitivas de Potrerillos, el Tepiolole, el Tempizque, la Raya, las Tarjeas del Agua o el Pile. 



Aquellos permanentes del Ojo de Agua y del Tacotal siguen reventando día y noche marcando los límites de los viejos reinos de la Nueva España y de la Nueva Galicia. Todas sus aguas se juntaban por allá al sur en un lugar que por tantos juncos y carrizos le decían “Las Cañas” y que quizá derivó en la Cañita.

Esos arroyos cuyos nombres están por olvidarse y que dieron nombre a las calles por donde aún pasan dan testimonio de las palabras de Suarez de Peralta cuando en 1541 llegó a estas tierras:

“bastante de verdura y flores, apacible y llena de fuentes de agua por donde se vea tiene una gran laguna arrimada al sur que va derecho a Yssatlan y contiene yslas.  Por ella van los yndios en balsas grandes hechas de troncos que bajan de las sierras y son tan suficientes y diestros que pueden caber veinte dellos de pie y hay otras con gran embeleso llena de todos los frutos de estas tierra que van y vienen entre ellos para mercar”.