Pedro Ayala se llamaba. Herrero
de profesión. No era muy alto. Tez blanca casi amarillenta. De Fuertes músculos
y ojos café claro. Muy de madrugada
llegaron los Federales a su fragua 42 caballos para calzarles de herraduras
tenía frente a él.
Cesaréa Leal su esposa los veía con ojos penetrantes, almendrados,
incendiados. Su figura entallada en la
falda larga no temía a la presencia de los soldados y ellos no dudaban en
mostrar la incomodidad que les causaba:
-Señora no es lugar para una mujer el lugar de trabajo de su marido- le
dijo uno de ellos
-Está Usted en mi casa Señor y en mi casa soy libre de hacer-
Para Pedro Ayala era casi un día perdido. Si acaso le pagaban el trabajo había que
enfrentarse al problema de la emisión de moneda. Si era villista, los zapatistas no la
aceptaban y si era constitucionalista para los federales no era válida.
El reloj de la Purísima sonó las 6 y 30 minutos de la tarde cuando
Pedro y sus ayudantes herraron al último caballo. Cesaréa había hecho café para todos y le
regresaban los pocillos de peltre con una moneda en agradecimiento. El jefecillo del grupo le dió un sobre
cerrado a Pedro:
-Va a tener que ir a Ameca. Dinero no cargamos. Para como están las cosas mejor ni un quinto
en la bolsa. Entregará Usted esta carta
mía al Jefe Militar y él sabrá que hacer para compensarlo-
A la madrugada del día siguiente Pedro ensilló su caballo y se dirigió
a Ameca. Cesaréa y sus hijos decidieron
ir a visitar a la familia a San Andrés. Pedro
llevaba el sobre con la carta de pago en la bolsa de la camisa. Un pensamiento y otro lo distrajeron hasta
que ya pasado el mediodía llegó a Ameca y se hizo anunciar con el Jefe Político.
En un pasillo fue recibid. Sacó el sobre y lo entregó ceremoniosamente. El Jefe Militar notó que el sobre estaba
cerrado. Sorprendido, miró a Pedro y
este le devolvió la mirada. Abrió el
sobre y leyó. Volvío a mirar a Pedro. Pero
está vez con sorpresa. Ante ello,
pensando Pedro que dudaría de su trabajo le dijo:
-Fueron 42 caballos herrados en un solo día Señor. Una hazaña.
Mis muchachos y yo pudimos hacerlo y estará contento con nuestro
trabajo-
-Así que Usted fue quien herró los caballos ¿Por qué no abrió este
sobre?- lo interpeló el jefe Militar
-Porque no iba dirigido a mi-
-Solo por su valor le daré 10 pesos de plata- le dijo ordenando se los
trajeran – tomé Usted la carta y llévesela.
Vuelva pronto a Magdalena sin parar.
Ya tendrá tiempo de leerla. Por
lo demás no se preocupe si hubo desmán hágamelo saber-
Le dió una bolsa con las monedas y ante la mirada casi sarcástica del
Jefe Militar Pedro Ayala pudo leer el contenido:
“Sirvase fusilar de inmediato al portador de este documento. De su familia nosotros nos haremos cargo”
Una ola de frío recorrió el cuerpo de Pedro. Contra toda probabilidad divisó Magdalena ya
entrada la noche. Casi lloró cuando
entró a su casa y vió a su mujer y sus
dos hijos cenando a la luz del aparato:
-¿Te pagaron Pedro?- preguntó Cesaréa
-Sí
-Vente a cenar- Pedro le dió la
carta en silencio y Cesaréa leyó. Sus
ojos bailaban descifrando el papel y dijo serenamente
–Hace ratito llegamos de San Andrés.
Los soldados se fueron de Magdalena después de las 3 dicen. Nos trajo Severo en un carro de Tomás porque ocupaba
enseres de Magdalena. Estuvo todo de la
mano de Dios-
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