viernes, 27 de octubre de 2017

Una cruz acuchillada tres veces...

De muy reciente creación, el actual Cementero Municipal de Magdalena no está excento de leyendas e historias. De recién abierto allá por los años de 1930 y algo, le fueron transferidas lápida y restos de algunos magdalenenses cuyos familiares no querían que el descanso de los suyos fuera perturbado por la destrucción del Cementerio anterior ubicado donde hoy está el Centro de Salud  y la plazuela de San José

No tardaron en ir llegando los nuevos vecinos a este Cementerio que fue también testigo de algunos fusilamientos cuando aún se levantaban.  Ya tendría unos 30 o 40 años cuando llegó Esther Leal a ocupar su descanso.  La tierra recibió su cuerpo entre el llanto de su hija, sus nietos y su hermano Eliseo.  La que había tenido en un puño de su mano todo el mayorazgo de Orendaín fallecía sin la pompa que era característica de su tiempo.  En un sencillo ataúd fue colocado el cuerpo que causó pleitos entre los hombres y habladurías entre las mujeres. 



Quizá algunas sencillas azucenas que tanto quería y que en su honor Tomás Orendaín había hecho plantar en las veras de los arroyos de San Andrés la acompañaban. Su despedida religiosa fue un forcejeo con el Cura.  En pleno Atrio Eliseo arrancó de su ataúd la cruz que lucía.

En su casa, construida lejos, lo más lejos posible de Magdalena sin quedar fuera se había colocado un vaso de cristal tras la puerta; los espejos permanecían cubiertos y sus fotografías guardadas bajo llave.  8 días mínimo llorarían su ida.   Amparo, su hija, prorrumpía su nombre por las noches dirigiéndose a los frondosos árboles de los cerros que rodeaban la propiedad.

Al tercer día fue Eliseo al Cementerio.  Estaba renuente a poner una Crucifijo en la tumba de Esther pero debía marcar su lugar para que se conservara su recuerdo.  No supo que a lo lejos venía Isidoro Rodríguez, el mulato que siempre la amó.  Con cal y anilina, Eliseo marcó una cruz de dos trazos de brocha sobre el desnudo muro de ladrillo.  No se atrevía a poner una cruz sobre la tumba de su amada hermana.  Aún la cruz le causaba pesar  y sacando una daga de su abrigo le dio tres cuchilladas al brazo derecho.  Isidoro se asustó a lo lejos.  En Magdalena no había quien hiciera lápidas para poner su nombre y Eliseo enfiló de nuevo cayendo la tarde, el camino que lo llevaría al pueblo.  En la noche fue interpelado por Isidoro acerca de la ausencia de una cruz en la tumba de Esther.  Eliseo se negó a ponerla una y otra vez.  Isidoro salió hecho un demonio de la casa.

Antes de cumplirse los nueve días volvió Eliseo al Cementerio y vió que la Isidoro había puesto una cruz de metal fundido con un crucifijo barato.  La colosal fuerza de Eliseo cayó en ese momento.  De nuevo encerrado.  Siglos de persecución le cayeron encima y a pesar de lo que había ocurrido en el mundo el pueblo de nuevo le negaba a ella a su hermana y con ella a toda su familia una tumba según su tradición.  Se arrancó un pedazo del abrigo, rompió un poco del vestido de su sobrina Amparo y arrancó botones a la camisa de su sobrino y al vestido de su sobrina.  Resistiendo un grito interno sacó de nuevo la daga y marcó, en los brazos de la cruz de metal, las iniciales E. L. B.  A la puerta del Cementerio le dio unas monedas al camposantero y le ordenó que, por nada del mundo, permitiera que se borrará la Cruz pintada en el muro de ladrillos golpeada tres veces por una daga y que indicaba la dirección donde estaba la tumba de Esther Leal. 

Allí, a la derecha, a unos metros de uno de los ingresos del Cementerio de Magdalena, se ha conservado una cruz con tres cuchilladas.  Signo de una resistencia silenciosa.