De muy reciente creación, el actual Cementero
Municipal de Magdalena no está excento de leyendas e historias. De recién
abierto allá por los años de 1930 y algo, le fueron transferidas lápida y
restos de algunos magdalenenses cuyos familiares no querían que el descanso de
los suyos fuera perturbado por la destrucción del Cementerio anterior ubicado
donde hoy está el Centro de Salud y la
plazuela de San José
No tardaron en ir llegando los nuevos vecinos a
este Cementerio que fue también testigo de algunos fusilamientos cuando aún se
levantaban. Ya tendría unos 30 o 40 años
cuando llegó Esther Leal a ocupar su descanso.
La tierra recibió su cuerpo entre el llanto de su hija, sus nietos y su
hermano Eliseo. La que había tenido en
un puño de su mano todo el mayorazgo de Orendaín fallecía sin la pompa que era
característica de su tiempo. En un
sencillo ataúd fue colocado el cuerpo que causó pleitos entre los hombres y
habladurías entre las mujeres.
Quizá algunas sencillas azucenas que tanto quería y
que en su honor Tomás Orendaín había hecho plantar en las veras de los arroyos
de San Andrés la acompañaban. Su despedida religiosa fue un forcejeo con el Cura. En pleno Atrio Eliseo arrancó de su ataúd la
cruz que lucía.
En su casa, construida lejos, lo más lejos posible
de Magdalena sin quedar fuera se había colocado un vaso de cristal tras la
puerta; los espejos permanecían cubiertos y sus fotografías guardadas bajo
llave. 8 días mínimo llorarían su
ida. Amparo, su hija, prorrumpía su
nombre por las noches dirigiéndose a los frondosos árboles de los cerros que
rodeaban la propiedad.
Al tercer día fue Eliseo al Cementerio. Estaba renuente a poner una Crucifijo en la
tumba de Esther pero debía marcar su lugar para que se conservara su
recuerdo. No supo que a lo lejos venía
Isidoro Rodríguez, el mulato que siempre la amó. Con cal y anilina, Eliseo marcó una cruz de
dos trazos de brocha sobre el desnudo muro de ladrillo. No se atrevía a poner una cruz sobre la tumba
de su amada hermana. Aún la cruz le
causaba pesar y sacando una daga de su
abrigo le dio tres cuchilladas al brazo derecho. Isidoro se asustó a lo lejos. En Magdalena no había quien hiciera lápidas
para poner su nombre y Eliseo enfiló de nuevo cayendo la tarde, el camino que
lo llevaría al pueblo. En la noche fue
interpelado por Isidoro acerca de la ausencia de una cruz en la tumba de
Esther. Eliseo se negó a ponerla una y
otra vez. Isidoro salió hecho un demonio
de la casa.
Antes de cumplirse los nueve días volvió Eliseo al
Cementerio y vió que la Isidoro había puesto una cruz de metal fundido con un
crucifijo barato. La colosal fuerza de
Eliseo cayó en ese momento. De nuevo
encerrado. Siglos de persecución le
cayeron encima y a pesar de lo que había ocurrido en el mundo el pueblo de
nuevo le negaba a ella a su hermana y con ella a toda su familia una tumba
según su tradición. Se arrancó un pedazo
del abrigo, rompió un poco del vestido de su sobrina Amparo y arrancó botones a
la camisa de su sobrino y al vestido de su sobrina. Resistiendo un grito interno sacó de nuevo la
daga y marcó, en los brazos de la cruz de metal, las iniciales E. L. B. A la puerta del Cementerio le dio unas
monedas al camposantero y le ordenó que, por nada del mundo, permitiera que se
borrará la Cruz pintada en el muro de ladrillos golpeada tres veces por una
daga y que indicaba la dirección donde estaba la tumba de Esther Leal.
Allí, a la derecha, a unos metros de uno de los
ingresos del Cementerio de Magdalena, se ha conservado una cruz con tres
cuchilladas. Signo de una resistencia silenciosa.