Cada noche una llama flotante
pasea por el arroyo del Guajical. Surge
violenta desde las aguas contenidas en la represa que el rey don Carlos III
mandara hacer en su tiempo. La llama que
pende en el aire se mueve lentamente, haciéndose notar a quien tenga la
desdicha de verla. Como si la llevara un
paso cansado, sigue la margen del arroyo y se pega a la Vieja Capitanía donde
hubo molino y hoy es templo. Como
dudando, se acerca al arco del puente del Borbón y sigue su camino bajo
él. Allá se logra ver como desaparece a
lo lejos. Quien se ha enfrentado a ella
o quien ha tratado de seguirla buscando la relación de oro y plata por la que
se cree ha sido condenada a vagar por la eternidad, debe resistir el pavor de
sus reclamos.
Hace muchos años vivía en San
Antonio de Coatlán una muchacha que hubiera sido como cualquier otra pero
cargaba en sí el amargo don de la belleza.
Hija de un mulato y una criolla, su mestizaje le había dado el candor
del baile, del canto y del saber. Era
apenas una entre su grupo de hermanos y hermanas que la cuidaban como al tesoro
más preciado de su casa. Las guirnaldas de flores y los versos la cuidaron
desde siempre.
Pero también desde siempre, el
corazón humano trata de condenar lo que le es ajeno. Aquello que no le es propio o lo que lo hace
sentir inferior. La familia de esa
joven, que nombraremos Selene, si bien no era rica, al menos nada le faltaba y
su riqueza era de la que “Dios da” es decir, sin perjuicio de nadie. Su aparición en cualquier convite público o
hasta en misa provocaba los más ardorosos celos del resto de las muchachas de
su edad.
Llegó el tiempo en que debía
casarse. Las bodas de sus amigas se
celebraban una tras otra y a ninguna era invitada su familia. Pero las entradas y salidas de pretendientes
a su casa lograron envenenar el alma de las casaderas, las alcahuetas y las
madres. Tal riada de pretendientes llegó
a que en los chismes la llamaran “prostituta” y eso no detuvo el continuo andar
de los que pedían su mano.
Llegó el día en que la familia
tuvo que prohibir a Selene salir de casa. Era peligroso. Selene se había decidido ya por uno de los
pretendientes y se corrían amonestaciones e investigaciones. Andrés, el prometido, era todo lo que las
muchachas de San Antonio habían deseado.
Una tarde en que Selene regresaba de Magdalena donde había comprado la
manta para su boda, recibió una pedrada en la cabeza. Los ánimos de su familia y la del prometido
llevaron a tal tensión al pueblo de San Antonio que se temía en cualquier
momento una riña o un asesinato.
La abuela de Selene, mulata vieja
de cuerpo entero y aún con fuerza, maldijo al pueblo en el caso de que algo le
ocurriera a su nieta. La noticia de la
maldición acarreó más recelo a la muchacha ahora acusada de bruja. Pero las mujeres juntas resultan más brujas
que una sola y en vísperas de la boda, estando Selene sola con su abuela en
casa, la sacaron y la arrojaron a la noria frente a la Capitanía. Solo su abuela dando voces tras el montón de
embravecidas damas la siguió pero nada pudo hacer.
Cuando el cuerpo de su hija caía
al pozo, maldijo por tres veces a las mujeres de San Antonio. A ellas, a sus maridos y a sus hijos. El cuerpo de Selene al tocar el agua se
transformó en una llama viva que abrasó todo a su alcance y marcó las caras de
sus asesinas.
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Una noria virreinal, influencia árabe, quizá así lució el lugar a donde fue arrojada la protagonista de la leyenda. Foto de Antonio Velez in objetivomalaga.diarioisur.es |
La noticia de la muerte de Selene desató una ola de
violencia. Algunos maridos de las recién
casadas fueron asesinados por venganza.
Las recién casadas muchas embarazadas, sucumbieron ardiendo lentamente
en el fuego de la fiebre de la viruela o de las temibles “fiebre cuartanas”
tras un parto mal logrado donde el niño o niña nacía muerto, como si fuera
papel reseco por el tiempo.
Las pocas sobrevivientes
arrodilladas imploraban perdón a la vieja negra, a la familia y prometido de los
que solo recibieron llanto:
-Allá vayan y pidánselo a ella-
dijo una vez Andrés quien cargaba ya en su
alma más de 20 muertes por causa de su prometida
-Allá vayan y búsquenla al mundo a donde la
han mandado-
Desesperadas, fueron una noche a
donde la habían tirado. Temían que, al
no haber recibido sepultura, su alma siguiera vagando y vengándose. Planeaban
pedirle perdón dándole sepultura. Pero
el cuerpo había sido consumido por el fuego que las había marcado.
Allá fueron y de repente, sin
saber cómo ni de donde, Selene apareció radiante sentada entre ellas. Les preguntó por Andrés y dos de ellas
corrieron a buscarlo. Lo trajeron y la
noticia de la aparición se propagó rápidamente.
En tropel iba el pueblo a La Noria pero la Abuela contuvo a su
familia. Andrés lloraba de felicidad al
ver a Selene. La estrechó contra su
pecho y se fundió en un largo beso. La
pareja comenzó a andar al sur, al lugar de los muertos y tras ellos un séquito
de mujeres le seguían.
Cuando el grueso del pueblo llegó
a la Noria vieron solo los cádaveres de Selene y Andrés tomados de la
mano. De las mujeres no había
rastro. San Antonio se cubrió de luto y
llanto. Decían que en una macabra
procesión, la pareja violentada se había
llevado a sus acusadoras en una procesión de boda al más allá y San Antonio se
llenó de viudos y se hizo un pueblo casi fantasma.
Desde entonces el fuego fatuo de
la represa sigue el mismo camino que un día siguieron las jóvenes llenas de
odio hacia una muchacha que no les tomaba importancia. Desde entonces, dicen, San Antonio trocó su
nombre en La Quemada.
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Una serena puerta que no da a ninguna parte se puede observar en la antigua hacienda de La Quemada. Foto de Ezequiel Barba García. |
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