Niñas ricas y caprichudas (así les decimos en
Magdalena) siempre va a haber. Una de
tantas, a la que llamaremos Cenobia, vivía ampliamente en casa de sus padres en
aquella Magdalena que nunca más volverá a ser.
En casa nunca faltaba nada.
Jardín con arcos, patio, corral y buena mesa. Paseos los fines de semana y telas ricas para
vestirse a diario y todo aquello que quisiera.
Tras las calinas de cada año llegaban, como hasta
hoy las primeras lluvias y la tierra magdalenense que se viste de color de oro
bajo el intenso sol, respondió rápidamente tornándose en ese verdor que a todos
nos asombra. En el mes de junio
acostumbraban los magdalenenses a hacer las “sanjuaneadas” que consistían en
salir de paseo a los arroyos donde las azucenas comenzaban a asomar.
Una o varias familias hacían sanjuaneada al campo
para recoger las dichas flores que se trenzaban sobre las cabezas de hombres y
mujeres. Los alrededores de Santa María
eran los más concurridos. Cerca del pueblo de Santa María, en un recodo del
arroyo que parte en dos al pueblo, hay una escalera extraña que no da a ninguna
parte y apenas se alcanza a ver entre los colomos y las verdes plantas. En
aquella ocasión la vió Cenobia y le refirieron la historia:
“Hace muchos años, cuando los indios estaban enseñoreados
de estas tierras. Vinieron con los
españoles brujas y brujos que conocían
los encantamientos de los bosques y descubrieron un nuevo mundo también. Dicen que luego de la guerra se empeñolaron
en el cerro y construyeron un pueblo y un castillo. Al poco tiempo encontraron oro y plata y
fueron muy ricos. La gente de Hosto y
Magdalena y otros más comenzaron a tenerles envidia y a acusarlos de que
mataban niños y provocaban enfermedades.
Un día los pueblos vecinos decidieron acabar con ellos y juntaron gente
armada para tomarlos por las armas pero cuando llegaron al lugar no encontraron
nada solo el pueblo de indios quienes contaron que por la noche, las casas y el
castillo se hicieron transparentes como las estrellas y ya no los volvieron a
ver. Solo quedo esa escalera engastada
en la piedra. En algunos días del año la
escalera vuelve a dar justo al pie de la bocacalle de ese pueblo encantado y se
puede entrar pero no por más de una hora y, para volver, es necesario no cargar
con nada de lo que hay dentro del pueblo.
De lo contrario, la puerta se cerrará inmediatamente y el visitante
quedará atrapado para siempre.”
La curiosidad de Cenobia se avivó. Fue una y otra vez a la escalera y la
recorrió muchas veces. Tocaba y empujaba
la piedra como buscando la cerradura que abriría ese mundo mágico que ya no se
veía. Una tarde, una mujer le dió un
envoltorio que contenía un huso y un hilo extraño color de oro, casi
metálico. Al llegar a casa lo mostró a
sus padres quienes no le dieron importancia pero la mirada de una esclava negra
quedó prendido de él. Al acostarse
recibió la visita de la esclava que le explicó que ese huso dorado era la llave
que tanto había deseado para entrar en la fortaleza desparecida de la escalera
en la piedra. Le explicó que tendría que
esperar la luz de la luna llena para que viera la cerradura donde entraría el
huso.
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Un Castillo de La Mancha nos sirve para ilustrar este viejo cuento olvidado. |
La siguiente luna llena, acompañada de la esclava y
con el mayor sigilo, montaron dos borricos rápidos hasta la escalera de Santa
María. En cuanto la luz de la luna se
estrelló con la piedra de la escalera se dibujó una puerta brillante. Cenobia introdujo el huso y apareció la
bocacalle desparecida. Los habitantes
del pueblo le sonreían amablemente del otro lado mientras hacían sus labores
porque, del lado de Cenobia y la esclava era de noche pero en el pueblo
brillaba el sol. Cuando puso un pie
dentro la esclava le recordó:
-No toque nada ni traiga nada sino no vuelve-
Cenobia asintió con la cabeza. Pasado un rato volvió Cenobia con ojos de
alegría acompañada por un muchacho rubicundo de su edad. Se despidieron y la
puerta se cerró. El huso dorado cayó al
suelo y se lo llevaron de regreso.
Cenobia nunca volvió a ser la misma. Ni fiestas, ni afeites, ni telas, ni pláticas
la animaban. En su corazón ansiaba
volver al pueblo encantado ¿Acaso se habría enamorado del muchacho que la
acompañó de regreso? Pasaron varias
lunas hasta que tomó una determinación.
Una noche tomó el huso en sus manos; hizo un pequeño hatillo con algunas
ropas y dineros y huyó a pie de la casa paterna. Pasadas unas horas la esclava se lo comunicó
a la ama de llaves y está a los padres.
Una procesión de antorchas salió camino a Santa María a buscar a la
muchacha.
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La luna llena asoma tras la capilla de Santa María, delegación de Magdalena, escenario de esta narración que pudo ser el relato del que surgió "La Cueva de la Vieja" |
Mientras se acercaban los perseguidores, el corazón
de Cenobia latía con fuerza esperando que la luz iluminara la puerta
encantada. El miedo la petrificó y
sintió frío. Volvió el rostro y adivinó
el arroyo por el sonido. Sintió el aire
fresco de la noche y se armó de valor. Apareció
la puerta mágica e introdujo el huso dorado justo cuando sus padres la
alcanzaron a ver. Con la puerta abierta
sacó el huso de la cerradura y enviándoles un beso de despedida cerró la puerta
para siempre.
Allá muy de vez en vez, el aire en la luna llena
trae sonidos de una fiesta de boda y de muchas y animadas platicas que retumban
por el arroyo de Santa María. Dicen que
es la gente de ese pueblo que desapareció una vez con todo y castillo. El
corazón también es prenda y la caprichosa Cenobia se había robado el del
muchacho encantado. Todavía se pueden
escuchar sus pláticas cuando el arroyo trae mucha agua y en las noches de luna
llena se ha escuchado a Cenobia saludar a quien se acerca a la escalera de
piedra.
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