sábado, 29 de abril de 2017

La escalera de Santa María, un cuento casi olvidado de Magdalena

Niñas ricas y caprichudas (así les decimos en Magdalena) siempre va a haber.  Una de tantas, a la que llamaremos Cenobia, vivía ampliamente en casa de sus padres en aquella Magdalena que nunca más volverá a ser.  En casa nunca faltaba nada.  Jardín con arcos, patio, corral y buena mesa.  Paseos los fines de semana y telas ricas para vestirse a diario y todo aquello que quisiera.

Tras las calinas de cada año llegaban, como hasta hoy las primeras lluvias y la tierra magdalenense que se viste de color de oro bajo el intenso sol, respondió rápidamente tornándose en ese verdor que a todos nos asombra.  En el mes de junio acostumbraban los magdalenenses a hacer las “sanjuaneadas” que consistían en salir de paseo a los arroyos donde las azucenas comenzaban a asomar. 

Una o varias familias hacían sanjuaneada al campo para recoger las dichas flores que se trenzaban sobre las cabezas de hombres y mujeres.  Los alrededores de Santa María eran los más concurridos. Cerca del pueblo de Santa María, en un recodo del arroyo que parte en dos al pueblo, hay una escalera extraña que no da a ninguna parte y apenas se alcanza a ver entre los colomos y las verdes plantas.   En aquella ocasión la vió Cenobia y le refirieron la historia:

“Hace muchos años, cuando los indios estaban enseñoreados de estas tierras.  Vinieron con los españoles  brujas y brujos que conocían los encantamientos de los bosques y descubrieron un nuevo mundo también.  Dicen que luego de la guerra se empeñolaron en el cerro y construyeron un pueblo y un castillo.  Al poco tiempo encontraron oro y plata y fueron muy ricos.  La gente de Hosto y Magdalena y otros más comenzaron a tenerles envidia y a acusarlos de que mataban niños y provocaban enfermedades.  Un día los pueblos vecinos decidieron acabar con ellos y juntaron gente armada para tomarlos por las armas pero cuando llegaron al lugar no encontraron nada solo el pueblo de indios quienes contaron que por la noche, las casas y el castillo se hicieron transparentes como las estrellas y ya no los volvieron a ver.  Solo quedo esa escalera engastada en la piedra.  En algunos días del año la escalera vuelve a dar justo al pie de la bocacalle de ese pueblo encantado y se puede entrar pero no por más de una hora y, para volver, es necesario no cargar con nada de lo que hay dentro del pueblo.  De lo contrario, la puerta se cerrará inmediatamente y el visitante quedará atrapado para siempre.”

La curiosidad de Cenobia se avivó.  Fue una y otra vez a la escalera y la recorrió muchas veces.  Tocaba y empujaba la piedra como buscando la cerradura que abriría ese mundo mágico que ya no se veía.  Una tarde, una mujer le dió un envoltorio que contenía un huso y un hilo extraño color de oro, casi metálico.  Al llegar a casa lo mostró a sus padres quienes no le dieron importancia pero la mirada de una esclava negra quedó prendido de él.  Al acostarse recibió la visita de la esclava que le explicó que ese huso dorado era la llave que tanto había deseado para entrar en la fortaleza desparecida de la escalera en la piedra.  Le explicó que tendría que esperar la luz de la luna llena para que viera la cerradura donde entraría el huso.

Un Castillo de La Mancha nos sirve para ilustrar este viejo cuento olvidado.


La siguiente luna llena, acompañada de la esclava y con el mayor sigilo, montaron dos borricos rápidos hasta la escalera de Santa María.  En cuanto la luz de la luna se estrelló con la piedra de la escalera se dibujó una puerta brillante.  Cenobia introdujo el huso y apareció la bocacalle desparecida.  Los habitantes del pueblo le sonreían amablemente del otro lado mientras hacían sus labores porque, del lado de Cenobia y la esclava era de noche pero en el pueblo brillaba el sol.  Cuando puso un pie dentro la esclava le recordó:

-No toque nada ni traiga nada sino no vuelve-

Cenobia asintió con la cabeza.  Pasado un rato volvió Cenobia con ojos de alegría acompañada por un muchacho rubicundo de su edad. Se despidieron y la puerta se cerró.  El huso dorado cayó al suelo y se lo llevaron de regreso.

Cenobia nunca volvió a ser la misma.  Ni fiestas, ni afeites, ni telas, ni pláticas la animaban.  En su corazón ansiaba volver al pueblo encantado ¿Acaso se habría enamorado del muchacho que la acompañó de regreso?  Pasaron varias lunas hasta que tomó una determinación.  Una noche tomó el huso en sus manos; hizo un pequeño hatillo con algunas ropas y dineros y huyó a pie de la casa paterna.  Pasadas unas horas la esclava se lo comunicó a la ama de llaves y está a los padres.  Una procesión de antorchas salió camino a Santa María a buscar a la muchacha.

La luna llena asoma tras la capilla de Santa María, delegación de Magdalena, escenario de esta narración que pudo ser el relato del que surgió "La Cueva de la Vieja"


Mientras se acercaban los perseguidores, el corazón de Cenobia latía con fuerza esperando que la luz iluminara la puerta encantada.  El miedo la petrificó y sintió frío.  Volvió el rostro y adivinó el arroyo por el sonido.  Sintió el aire fresco de la noche y se armó de valor.  Apareció la puerta mágica e introdujo el huso dorado justo cuando sus padres la alcanzaron a ver.  Con la puerta abierta sacó el huso de la cerradura y enviándoles un beso de despedida cerró la puerta para siempre.


Allá muy de vez en vez, el aire en la luna llena trae sonidos de una fiesta de boda y de muchas y animadas platicas que retumban por el arroyo de Santa María.  Dicen que es la gente de ese pueblo que desapareció una vez con todo y castillo. El corazón también es prenda y la caprichosa Cenobia se había robado el del muchacho encantado.  Todavía se pueden escuchar sus pláticas cuando el arroyo trae mucha agua y en las noches de luna llena se ha escuchado a Cenobia saludar a quien se acerca a la escalera de piedra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario