domingo, 9 de abril de 2017

La Cruz del Diablo en Magdalena, Jalisco

Les invito a hacer un ejercicio.  La identidad magdalenense se está perdiendo ante la voracidad inmobiliaria de unos cuantos.  Las casas viejas se caen o se tiran estrepitosamente para dar lugar a edificios de muchos pisos “porque es moderno” dicen.  Hay quien  ha pedido que se derriben las casonas que hablan de la grandeza virreinal de Magdalena “pa´hacer estacionamiento pa´que venga el turismo”.  Habrase visto ¿A que vendría un turista si no tiene nada que ver? ¿A contarle lo que ya no hay o a estacionar su auto?

Cuando el lugar de un relato desaparece o el relato mismo se olvida, aunque permanezca el lugar, la identidad se muere.  Un turista busca identidad.  Magdalena no puede ofrecerle borrachera al turismo como nuestro vecino competidor.  Pero tenemos algo que un cierto sector del turismo anhela: Turismo Cultural y ¿sabías que el turista cultura gasta hasta 4 veces más que un turista promedio por una “experiencia”? Dejemos este tema para otro momento.   Hagamos, les decía, un ejercicio de identidad y apropiación.  Relataré la historia de una posesión demoníaca y les pido ubicar el lugar donde están  los restos de esta narración.

Hace muchos años.  Cuando todavía se usaban armaduras.  Un hombre se divertía matando y violando pesonas.  Los magdalenenses ocupados en  la pesca, las huertas, el ganado, la agricultura y las minas se preocuparon por ello.  No daban con el asesino serial hasta  que se dieron cuenta de que, el asesino, había ya rebasado el promedio de vida de un hombre de su época.

Yendo hacía la Raya había una casa abandonada sin nadie saber que había pasado con sus ocupantes.  Una  tarde se perpetró otro asesinato pero hubo testigos:  un hombre con armadura había destripado a un minero de Hostotipaquillo.  Se persiguió al asesino que corría velozmente a pesar del peso del metal.  Saltó la barda de la casa abandonada o entró  por alguna rendija (los endemoniados, dicen, pueden hacer eso).  Los perseguidores entraron e  iluminando las habitaciones descubrieron la armadura abandonada.  Del asesino nada.

Al tiempo hubo otro asesinato. El asesino había perdido la vergüenza atacaba en público.  El hombre con armadura desparecía en la misma propiedad.  Una madrugada,  las campanadas de la Parroquia impidieron oír los gritos de una mujer que murió al ser empalada en una puerta de golpe.  El pueblo ya temía hasta el sonido metálico de una cazuela contra otra y exigió al capitán y a los corregidores poner orden. 

Armadura de la Guardia Real ca. s. XVI


Decidieron entrar en la casa abandonada y sacaron la armadura para meterla a una celda de La Ochavada así el asesino se vería privado de su disfraz.  Pero hubo un asesinato más y la armadura volvió a su lugar de origen.  Viendo que había algo demoníaco en la armadura, se acordó que se volviera a recoger a la mazmorra y se le colocaran grilletes y guardias. 

Oscureció y la armadura, encadenada,  comenzó a quejarse.  El chirriar de los metales espantó a los guardias y pidieron ayuda.  Los corregidores vieron asombrados como la armadura volaba hasta donde las cadenas se lo permitían tratando de tomar forma.  El chirrido y el golpeteó del metal era infernal.  Algunos sacaron reliquias o agua de San Ignacio y la rociaban.  Eso parecía aumentar la desesperación de los hierros.  El terror se apoderó de todos.  Pero no la dejaron sola.  Estaban dispuestos a detenerla. 

Con la salida del sol.  La armadura se tranquilizó.  El Ayuntamiento (reunión de corregidores y Alcalde) decidió que la armadura se fundiría ante la presencia de un clérigo (él sabría que hacer).  Con el metal fundido se haría una Cruz ¿Acaso no era la Cruz del Redentor lo que más odiaba el Demonio? Habría que aprisionarlo y, tras fundir la armadura, se armó una cruz de gran tamaño.

Esa noche la armadura convertida en Cruz ya no se movió en su celda de La Ochavada.  Los corregidores, dando gracias a Dios por el remedio al mal que  los aterrorizaba  decidieron empotrar la Cruz del Diablo en un monumento.  Se eligió un lugar lejos de los caminos reales y en un escampado donde poco se sembrará.  Se anunció a la población que no se persignaran ante ella; que no le llevaran flores ni se le pusieran piedras de Padrenuestro.  La “Cruz del Diablo” permaneció siglos entre cementeras de maíz y cerca de los bosques. 

Cruz metálica fundida y armada en frío. Ejemplo de lo que pudo ser la Cruz del Diablo.
Imagen tomada del blog: La Ciudad Recobrada.



La historia fue olvidándose.  Las narraciones de apariciones fantasmales  violentas en la zona de la Cruz del Diablo se sucedían.  Nadie construía su casa cerca hasta que llegaron nuestros días y algún Cura decidió que había que cambiar el monumento de la Cruz que ya había perdido el mote “del Diablo”.  Algunas familias que conocían la historia levantaron la voz protestando y exigiendo que se dejara en paz el enmohecido metal.  El Cura ganó y cambió la Cruz del Diablo por una nueva.  Ante ella, los magdalenenses viejos ni se persignan, ni llevan flores, ni hacen reverencia.  Los que no saben le hacen fiesta.  El metal de la Cruz del Diablo se perdió o eso creemos.

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