Les invito a hacer un ejercicio.
La identidad magdalenense se está perdiendo ante la voracidad inmobiliaria
de unos cuantos. Las casas viejas se
caen o se tiran estrepitosamente para dar lugar a edificios de muchos pisos “porque
es moderno” dicen. Hay quien ha pedido que se derriben las casonas que
hablan de la grandeza virreinal de Magdalena “pa´hacer estacionamiento pa´que
venga el turismo”. Habrase visto ¿A que
vendría un turista si no tiene nada que ver? ¿A contarle lo que ya no hay o a
estacionar su auto?
Cuando el lugar de un relato desaparece o el relato mismo se olvida,
aunque permanezca el lugar, la identidad se muere. Un turista busca identidad. Magdalena no puede ofrecerle borrachera al
turismo como nuestro vecino competidor.
Pero tenemos algo que un cierto sector del turismo anhela: Turismo
Cultural y ¿sabías que el turista cultura gasta hasta 4 veces más que un
turista promedio por una “experiencia”? Dejemos este tema para otro momento. Hagamos, les decía, un ejercicio de identidad
y apropiación. Relataré la historia de
una posesión demoníaca y les pido ubicar el lugar donde están los restos de esta narración.
Hace muchos años. Cuando todavía
se usaban armaduras. Un hombre se
divertía matando y violando pesonas. Los
magdalenenses ocupados en la pesca, las
huertas, el ganado, la agricultura y las minas se preocuparon por ello. No daban con el asesino serial hasta que se dieron cuenta de que, el asesino,
había ya rebasado el promedio de vida de un hombre de su época.
Yendo hacía la Raya había una casa abandonada sin nadie saber que había
pasado con sus ocupantes. Una tarde se perpetró otro asesinato pero hubo
testigos: un hombre con armadura había
destripado a un minero de Hostotipaquillo.
Se persiguió al asesino que corría velozmente a pesar del peso del
metal. Saltó la barda de la casa
abandonada o entró por alguna rendija (los
endemoniados, dicen, pueden hacer eso).
Los perseguidores entraron e
iluminando las habitaciones descubrieron la armadura abandonada. Del asesino nada.
Al tiempo hubo otro asesinato. El asesino había perdido la vergüenza
atacaba en público. El hombre con
armadura desparecía en la misma propiedad.
Una madrugada, las campanadas de
la Parroquia impidieron oír los gritos de una mujer que murió al ser empalada en
una puerta de golpe. El pueblo ya temía
hasta el sonido metálico de una cazuela contra otra y exigió al capitán y a los
corregidores poner orden.
![]() |
Armadura de la Guardia Real ca. s. XVI |
Decidieron entrar en la casa abandonada y sacaron la armadura para
meterla a una celda de La Ochavada así el asesino se vería privado de su disfraz. Pero hubo un asesinato más y la armadura
volvió a su lugar de origen. Viendo que
había algo demoníaco en la armadura, se acordó que se volviera a recoger a la
mazmorra y se le colocaran grilletes y guardias.
Oscureció y la armadura, encadenada, comenzó a quejarse. El chirriar de los metales espantó a los
guardias y pidieron ayuda. Los
corregidores vieron asombrados como la armadura volaba hasta donde las cadenas
se lo permitían tratando de tomar forma.
El chirrido y el golpeteó del metal era infernal. Algunos sacaron reliquias o agua de San
Ignacio y la rociaban. Eso parecía
aumentar la desesperación de los hierros.
El terror se apoderó de todos. Pero
no la dejaron sola. Estaban dispuestos a
detenerla.
Con la salida del sol. La armadura
se tranquilizó. El Ayuntamiento (reunión
de corregidores y Alcalde) decidió que la armadura se fundiría ante la
presencia de un clérigo (él sabría que hacer). Con el metal fundido se haría una Cruz ¿Acaso
no era la Cruz del Redentor lo que más odiaba el Demonio? Habría que
aprisionarlo y, tras fundir la armadura, se armó una cruz de gran tamaño.
Esa noche la armadura convertida en Cruz ya no se movió en su celda de La
Ochavada. Los corregidores, dando
gracias a Dios por el remedio al mal que los aterrorizaba decidieron empotrar la Cruz del Diablo en un
monumento. Se eligió un lugar lejos de
los caminos reales y en un escampado donde poco se sembrará. Se anunció a la población que no se persignaran
ante ella; que no le llevaran flores ni se le pusieran piedras de
Padrenuestro. La “Cruz del Diablo” permaneció
siglos entre cementeras de maíz y cerca de los bosques.
Cruz metálica fundida y armada en frío. Ejemplo de lo que pudo ser la Cruz del Diablo. Imagen tomada del blog: La Ciudad Recobrada. |
La historia fue olvidándose. Las
narraciones de apariciones fantasmales violentas en la zona de la Cruz del Diablo se
sucedían. Nadie construía su casa cerca
hasta que llegaron nuestros días y algún Cura decidió que había que cambiar el
monumento de la Cruz que ya había perdido el mote “del Diablo”. Algunas familias que conocían la historia
levantaron la voz protestando y exigiendo que se dejara en paz el enmohecido
metal. El Cura ganó y cambió la Cruz del
Diablo por una nueva. Ante ella, los
magdalenenses viejos ni se persignan, ni llevan flores, ni hacen
reverencia. Los que no saben le hacen
fiesta. El metal de la Cruz del Diablo
se perdió o eso creemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario