Los pueblos todos tenemos una época pasada de gloria. Magdalena, Jalisco también lo tiene. Momentos
del pasado que, al ir de generación en generación, de boca en boca, como
tradición oral, lo hemos convertido en nuestra leyenda fundacional o parte de
ella. Hoy que es sábado santo o de
gloria, se abren puertas antiguas.
Ventanas escondidas en las que podemos caer o entrar.
Dicen que hace cientos de años Magdalena estaba en una isla
rodeada de una laguna maravillosa. La Isla
tenía sus muelles que podían llevar las canoas llenas de flores, ciruelas,
limones, naranjas, limas, zapotes, jitomates, calabazas y cebollas (como tenía que ser) hasta Etzatlán y
Ahualulco por el agua. Sus calles
rectas y paredes de adobe blanqueadas estaban rodeadas de árboles de arrayán y
guayaba que daban sombra a los paseantes de esa Magdalena en la isla.
El templo, ubicado primorosamente sobre la parte más alta,
dominaba todo el paisaje circundante de la Laguna de Magdalena. Al sur se veía Etzatlán como arrimada a la
Sierra de su nombre; un poco más allá se adivinaba Ahualulco “en medio de
cerros”; al norte Xuchitepec-Guaxixicar
que apenas cobraba vida sobre la alfombra de flores blancas, amarillas y
vaporosa de perfumes naturales.
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El viejo templo estaba en la colina más alta de la isla dominando la Laguna Completa. En la foto, la espadaña del templo de Almudena del Cusco, contemporánea a la leyenda de la Vieja Magdalena. |
Nada faltaba en aquella Magdalena rodeada de la opalina agua
dulce de su Lago (hoy desecado para gloria
y riqueza de unos cuantos) y tenía un
grifo de agua en plena plaza. Así, nadie
tenía porque bajar hasta las playas del pueblo para llevar agua a sus casas. Por la mañana o por la tarde las señoras,
señoritas, niñas, niños, esclavos y sirvientes bajaban a la plaza para tomar
agua del grifo y la cargaban en sus cántaros.
Pero la vanidad no tardaría en hacerse presente. Una tarde, cerca del viernes santo, dos
comadres de alcurnia se encontraron solas frente a la llave de agua. Se saludaron y platicaron como siempre hasta
que, acabada la plática y viviendo una en un extremo del pueblo y la otra en el
otro, se adelantaron al mismo tiempo a llenar vasijas. Las dos se empecinaron en ser la primera en
tomarla. De la chanza y chapuza pasaron
a las palabras groseras. El pueblo se
arremolino ante ellas para ser testigo de la discusión sobre cúal de las dos
tendría el derecho a tomar agua antes que la otra. Linajes antiguos, derechos divinos, deudas de
dineros y deudas de honor se pusieron al descubierto. Los testigos tomaron partido, unos por una comadre y otros por la
otra. La luz del sol se ocultó.
Molestos y divididos, los habitantes de esa antigua
Magdalena se retiraron a sus casas perfumadas por los olores frutales de sus
huertas y arrullados por el oleaje de la Laguna. Los hachones y velas fueron apagándose uno
tras otro hasta quedar bañados solo por la luz de la luna llena, disgustados
por el derecho de la otra comadre.
Aún no amanecía cuando truenos y relámpagos desgarraron el
cielo. Un sonido sordo recorrió el valle
seguido de un terremoto profundo que tiró los techos de todas las casas. La lluvia impidió el incendio. Entre los gritos de terror, los vecinos
fueron arrastrados por una corriente de agua como si la Laguna les cobrará el
pleito vano de pelearse dos comadres por un grifo de agua teniendo una laguna
completa de agua dulce.
Magdalena quedó arrasada y sus sobrevivientes fueron repartidos
a Santa María, Etzatlán , Ahualulco y Xuchitepec-Guaxixicar. Nunca volverían. En su conciencia quedó por siempre aquel
pueblo de trazo recto llenó de huertas y pesquerías. Nunca volverían a rezar en el templo que
dominaba el Valle y la laguna de Magdalena.
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El pueblo de San Juanito en la playa de la Laguna de Magdalena. La fotografía corresponde al "barrio de tierra" y fue tomada en las dos primeras décadas del siglo XX. |
Hoy día, dicen que hay que tener cuidado. A mediodía o a medianoche del sábado santo se
suelen escuchar las campanas lejanas de un templo desconocido. Quienes han seguido el sonido se han
encontrado de repente en aquella vieja Magdalena llena de huertas frutales y
pescadores en medio de la laguna. Los
que han vuelto quedan enfermos de melancolía añorando y sufriendo no poder
volver a esa Magdalena que ya no fue.
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