sábado, 15 de abril de 2017

Las campanas fantasmas de Magdalena

Los pueblos todos tenemos una época pasada de gloria.  Magdalena, Jalisco también lo tiene. Momentos del pasado que, al ir de generación en generación, de boca en boca, como tradición oral, lo hemos convertido en nuestra leyenda fundacional o parte de ella.  Hoy que es sábado santo o de gloria, se abren puertas antiguas.  Ventanas escondidas en las que podemos caer o entrar. 

Dicen que hace cientos de años Magdalena estaba en una isla rodeada de una laguna maravillosa.  La Isla tenía sus muelles que podían llevar las canoas llenas de flores, ciruelas, limones, naranjas, limas, zapotes, jitomates, calabazas y  cebollas (como tenía que ser) hasta Etzatlán y Ahualulco por el agua.   Sus calles rectas y paredes de adobe blanqueadas estaban rodeadas de árboles de arrayán y guayaba que daban sombra a los paseantes de esa Magdalena en la isla.

El templo, ubicado primorosamente sobre la parte más alta, dominaba todo el paisaje circundante de la Laguna de Magdalena.  Al sur se veía Etzatlán como arrimada a la Sierra de su nombre; un poco más allá se adivinaba Ahualulco “en medio de cerros”;  al norte Xuchitepec-Guaxixicar que apenas cobraba vida sobre la alfombra de flores blancas, amarillas y vaporosa de perfumes naturales.

El viejo templo estaba en la colina más alta de la isla dominando la Laguna Completa.
En la foto, la espadaña del templo de Almudena del Cusco, contemporánea a la leyenda de la Vieja Magdalena.


Nada faltaba en aquella Magdalena rodeada de la opalina agua dulce de su  Lago (hoy desecado para gloria y riqueza de unos cuantos) y  tenía un grifo de agua en plena plaza.  Así, nadie tenía porque bajar hasta las playas del pueblo para llevar agua a sus casas.  Por la mañana o por la tarde las señoras, señoritas, niñas, niños, esclavos y sirvientes bajaban a la plaza para tomar agua del grifo y la cargaban en sus cántaros. 

Pero la vanidad no tardaría en hacerse presente.  Una tarde, cerca del viernes santo, dos comadres de alcurnia se encontraron solas frente a la llave de agua.  Se saludaron y platicaron como siempre hasta que, acabada la plática y viviendo una en un extremo del pueblo y la otra en el otro, se adelantaron al mismo tiempo a llenar vasijas.  Las dos se empecinaron en ser la primera en tomarla.  De la chanza y chapuza pasaron a las palabras groseras.  El pueblo se arremolino ante ellas para ser testigo de la discusión sobre cúal de las dos tendría el derecho a tomar agua antes que la otra.  Linajes antiguos, derechos divinos, deudas de dineros y deudas de honor se pusieron al descubierto.  Los testigos tomaron  partido, unos por una comadre y otros por la otra. La luz del sol se ocultó.

Molestos y divididos, los habitantes de esa antigua Magdalena se retiraron a sus casas perfumadas por los olores frutales de sus huertas y arrullados por el oleaje de la Laguna.  Los hachones y velas fueron apagándose uno tras otro hasta quedar bañados solo por la luz de la luna llena, disgustados por el derecho de la otra comadre.

Aún no amanecía cuando truenos y relámpagos desgarraron el cielo.  Un sonido sordo recorrió el valle seguido de un terremoto profundo que tiró los techos de todas las casas.  La lluvia impidió el incendio.  Entre los gritos de terror, los vecinos fueron arrastrados por una corriente de agua como si la Laguna les cobrará el pleito vano de pelearse dos comadres por un grifo de agua teniendo una laguna completa de agua dulce.

Magdalena quedó arrasada y sus sobrevivientes fueron repartidos a Santa María, Etzatlán , Ahualulco y Xuchitepec-Guaxixicar.  Nunca volverían.  En su conciencia quedó por siempre aquel pueblo de trazo recto llenó de huertas y pesquerías.   Nunca volverían a rezar en el templo que dominaba el Valle y la laguna de Magdalena.

El pueblo de San Juanito en la playa de la Laguna de Magdalena.  La fotografía corresponde al "barrio de tierra" y fue tomada en las dos primeras décadas del siglo XX.
 


Hoy día, dicen que hay que tener cuidado.  A mediodía o a medianoche del sábado santo se suelen escuchar las campanas lejanas de un templo desconocido.  Quienes han seguido el sonido se han encontrado de repente en aquella vieja Magdalena llena de huertas frutales y pescadores en medio de la laguna.  Los que han vuelto quedan enfermos de melancolía añorando y sufriendo no poder volver a esa Magdalena que ya no fue. 

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