domingo, 4 de junio de 2017

Una lámpara de plata para el Señor Milagroso

Hubo un jesuita magdalenense de apellido Maldonado.  Volvía de Filipinas por allá de los años de 1740. Poquitos después del prodigioso sudor de gotas de color de sangre del Señor Milagroso.   El padre Maldonado fue destinado a la Casa de la Compañía de Jesús en Manila, Filipinas.  La obra jesuita en Filipinas buscaba establecer contactos con las cortes de China y restablecer  las comunidades católicas de Japón.  La tarea de un jesuita no era fácil, mucho menos en el perverso mundo filipino.



Allá, en Filipinas, guiados por europeos, chinos y japoneses creaban las enormes naos que debían  regresar cargadas de porcelanas, tallas de madera estofada, sedas y especias para América año tras año.  Fue gracias a un jesuita que se descubrió la corriente marina que llevaba y traía lo más rápido posible a las naos o galeones de Manila a Acapulco o de regreso. 



El padre Maldonado regresaba a México cumpliendo órdenes en un galeón llamado la “Sacra Familia” (el portugués seguía de moda).  Los alarifes europeos trataban de aprovechar al máximo el espacio en los galeones que surcaban los mares.  De una vez debían traer lo más que podían. Por eso, la cubierta del Sacra Familia se había hecho completamente de madera de sándalo. 




El viaje se había hecho sin ningún contratiempo.  Tras las penurias del  largo paso de la Mar del Sur (así llamaban al Océano Pacífico) las naves se acercaban a una cierta distancia de la playa para navegar siguiendo el litoral.  Era por seguridad.  Estando cerca de la playa, si había algún accidente, se podía rescatar la mayor parte de vidas y mercancías.  Las Naos de Manila viajaban juntas y resguardadas por naves militares.  Se acercaban a la costa del Pacífico a la altura de San Francisco, California y seguían su derrotero al Sur.  San Blas, era un punto donde hacían “aguada” aprovechando el puerto natural que era.   Al acercarse, los capitanes enviaban a la costa las embarcaciones pequeñas para comprar carne seca y agua potable. 

El padre Maldonado quizá se sintió emocionado de saber que estaba cerca del lugar donde había nacido.  Pero la naturaleza les iba a hacer una mala pasada.  El Sacra Familia no podía ser controlado.  Al parecer, un cambio en el lastre (lo que servía para darle estabilidad a la nave en el mar) lo estaba llevando a pique.  La emergencia se hizo palpable.  Las demás naos ya habían zarpado y no alcanzarían a regresar para rescatar a los naúfragos  y su valiosa carga.



La desesperación hizo presa de los viajeros.  En un último esfuerzo el capitán trató de encallar la nave en la costa.  Era una carrera contra el tiempo.  Encallar la nave no era seguro.  El tonelaje haría que el casco se desgajara y con seguridad habría vidas perdidas.  Nada aseguraba que el plan la mantuviera a flote al menos el tiempo suficiente para rescatar las vidas que cargaba.  El tiempo apremiaba.  El tesoro de Asia ya no importaba había que salvar vidas.

El padre Maldonado pidió que se jurara al Señor Milagroso que, si salían todos y cada uno de los viajeros con vida de aquel trance, irían de allí a su santuario a pie.  La desesperación hizo que todos lo prometieran.  Como si de un hechizo se tratara, el Sacra Familia fue llevado casi con suavidad hasta una playa rocosa.  El golpe duro de la nave contra las rocas estremeció a todos pero el Sacra Familia  se había sostenido a flote en el último momento.  El resto de la flota regresó a salvar lo que se pudiera de las mercaderías mientras los naúfragos, ya en tierra, deshaciéndose en llantos de agradecimiento preparaban su larga procesión a Magdalena.

Un mercader, dialogaba airadamente con el capitán de la nave.  En su desesperación,  había prometido llevar parte de la madera de sándalo hasta Magdalena.  El Capitán era responsable de que la madera se entregara en su totalidad, pero entendía también que si no hubiera sido por la intervención del Señor Milagroso toda la nave y las vidas se hubieran perdido.  Contrataron los arrieros que hubo en San Blas y decidieron que solo se llevaría al Santuario del Señor Milagroso la madera que se pudiera cargar.  Al fin que, El que había salvado la nave, podía cobrarse el precio que quisiese.  Así, subió una procesión desde San Blas a Magdalena en la mitad del siglo XVIII  con el fin de cumplir un voto al Señor Milagroso.  Con ellos, algunas carretas cargadas de madera de sándalo fueron donadas al templo. 

Los naúfragos pagaron la hechura de una lámpara de plata en forma de nao para recordar el maravilloso suceso.  El sándalo suplió al antiguo piso de madera del templo.  Durante mucho tiempo la lámpara de plata en forma de nave, adornó el templo del Señor Milagroso y el crujir del piso despedía un aroma singular.   Pero llegaron las modernidades.  Nuevos curas se hicieron cargo del Santuario.  Las crisis fundieron la nave de plata.  El piso de madera del templo del Señor Milagroso se hizo añicos para poner uno de mármol de Carrara más moderno, más luminoso según decían.  Y se perdieron los recuerdos de aquella mañana cuando una nave rica estuvo a punto de perderse en la Mar del Sur y el brazo del Santo Cristo salvó vidas y caudales.


La historia del naufragio del Sacra familia llegó a mi por cuentas de mi tía Guadalupe Ayala.  No es raro encontrar narraciones como estás en casi todos los santuarios americanos dedicados a la Virgen o a Jesucristo.  Los impresionantes actos de piedad popular como esas procesiones largas que hoy nos pueden parecer imposibles eran también comunes.  Sorpredentemente sí hubo un padre de apellido Maldonado oriundo de Magdalena, de la Compañía de Jesús y que estuvo en Filipinas.  De la lámpara de plata en forma de nave no hay registro alguno.  En 1754,  fray Juan Barbosa cambió el piso de madera del templo del Señor Milagroso por uno nuevo a pesar de que profesaba que eran en extremo pobres.  Ese piso de madera fue él mismo que se hizo girones para poner el de mármol de Carrara.  Algunos recuerdan que partes de ese piso se quemaron y que despedían un olor fascinante.  “Escruta el pasado, pregunta a tus padres” aconseja el Libro.

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