domingo, 18 de junio de 2017

El nacimiento de Huitzilopchtli

Coatlicue, la de la falda de serpientes, la Madre Tierra, barría azarosa los templos de Tollan cuando sintió que alguien la veía y se sonrojó.  Desde el  cielo Tonatiuh, el Sol Joven la veía prendado de su belleza.  Esa mañana, mientras la veía desde el cielo, Tonatiuh sintió un impulso natural y de su entrepierna, de su maxtle confeccionado con plumas de quetzal y de águila, se soltó una viruta de plumas con su semen y volando, fue a depositarse en el vientre de Coatlicue quién al momento se sintió preñada.

Tonatiuh, el Joven Sol ascendente.



Allí cerca estaban los otros hijos de Coatlicue: Coyolxauqui, la de los cascabeles en la cara y Centzonuiznahua,  los 400 hermanos.  Coyolxauqui notó en los ojos de su madre el embarazo y se llenó de rabia y de celos.  Corrió al lado de Centzonuiznahua y le contó que tendrían un hermano nuevo.

Coatlicue, la de la falda de serpientes


¿Cómo habían de repartirse el mundo con una hermano más? ¿A que venía el desatino de su madre de embarazarse en aquella hora cuando el mundo apenas tenía un frágil equilibrio?  Urdieron entonces un plan para matar a su madre con el hijo de Tonatiuh aún en el vientre y una noche se dispusieron a hacerlo. 

Cenzoniznahua, los 400 hermanos surianos



Sigilosos, se montaron sobre los muros de los templos donde dormía su madre embarazada. Pero Quetzálcoatl (otro de sus hermanos) los vió ocultarse entre las sombras y Tezcatlipoca les jugó una de sus múltiples bromas haciendo que su madre se despertará intranquila.  Quetzálcoatl, conocedor de los corazones de los hombres y los dioses, se acercó a su madre y le habló a su hermano no nacido:

-Eah hermano que vienen a acabar contigo antes de que veas el sol de este mundo-

Huitzilopóchtli saltó en el vientre de su madre y desde allí le respondió:

-Nada ocurrirá conmigo porque hemos de vivir. Madre nada has de temer.  Ponte en pie y huye. Vete a donde yo te diré que yo cuidaré de ti y de mi. Huye que vienen mis hermanos a darnos muerte-

Y así, Coatlicue dió a huir cada vez más al sur hasta que llegó el momento del parto.  Allí, en Huitzitzilapán, en la tierra de los colibríes.  Donde desde Chicomostoc, desde las Siete Cuevas se domina el campo regado por la Laguna enorme que daba vida a los bosques y espesas selvas, Coatlicue, perseguida por sus hijos, empezó a dar a luz.

No bien empezaron las molestias del parto se escucharon los gritos y los pasos cercanos de Coyolxauqui y Centzonuiznahua.  Sudorosa y jadeante quiso ponerse de pie pero desde el vientre le habló de nuevo Huitzilopochtli:

-Dejame nacer que yo haré cuenta de mis hermanos.  No temas de tu vida ni de la mía que he de vivir.  Dejame nacer madre. -

Y nació Huitzilopochtli justo al momento en que Centzonuiznahua estaba a la boca de la cueva empuñando el matlatl de pedernales y pintado para la guerra.  Pero Huitzilopochtli había nacido colibrí y el asesino oyó solo su leve zumbido y vió brillar la Xiucoatl, la serpiente de fuego que luego cegó su vida.

Huitzilopchtli, el colibrí zurdo empuña a Xiucoatl, la serpiente de fuego


Coyolxauqui, apenas subía las laderas de la cueva y vió el cádaver de Centzonuiznahua. Llena de pavor, trocó la ira en pánico y huyó a Coatepetl, el Cerro Grande las Serpientes.  Corría y volteaba de vez en vez y disparaba dardos a Huitzilopochtli  y tornaba a huir.  Por fin llegó a lo alto de Coatepetl y se sintió aliviada.  Quizá Huitzilopochtli la había perdido y con el tiempo la perdonaría.  Muerto Centzonuiznahua ya no había porque temer un desequilibrio en el mundo porque Huitzilopochtli tomaría su lugar.  Coatlicue era al fin su madre y la perdonaría.

 En esos pensamientos estaba cuando un leve zumbido la hizo ponerse de pie asustada.  Ante ella un colibrí multicolor le amenazaba.  Era Huitzilopochtli, el colibrí zurdo, empuñando a XiucoatlHuitzilopochtli tomó su atemorizante forma y de un golpe en el pecho empujó a su hermana y la despeñó.  Allá rodaba Coatlicue colina abajo hasta quedar desmembrada completamente.  Mientras caía sonaban los cascabeles que adornaban su rostro.  Y cayó por fin  y las piernas y los brazos quedaron separados de su tronco, las manos y los pies de sus brazos y piernas. Los ríos de su sangre se mezclaban con el agua de los arroyos y ríos circundantes.  Huitzilopchtli tomó la cabeza de su hermana muerta y, aún con cascabeles, de un solo impulso, la arrojó a la luna.

Coyolxauqui, la de los cascabeles en la cara, desmembrada


Al amanecer siguiente, Huitzilopochtli, el Colibrí Zurdo, se encaminó a la Laguna a lavarse la sangre de los hermanos fallecidos.  Sus músculos se reflejaban en el Lago.  Con cada costra de sangre que se retiraba, dejaba ver más de su cuerpo desnudo y la Laguna quiso aprisionar la imagen de Huitzilopochtli.  Así, viéndolo desnudo, se quedó enamorada de él y para no olvidarlo, aprisionó sus colore y para que no se le escapara su recuerdo, se hizo piedra transparente de colores, los colores del colibrí.   Huitzilitécpatl, la piedra del colibrí, se hizo la Laguna de su idilio con el recién nacido Huitzilopochtli y la piedra en que se transformó la Laguna, nosotros la llamamos Ópalo.



En Magdalena podemos encontrar al menos 15 especies diferentes de colibríes.
Sus colores son similares a los del ópalo ambos consagrados al culto de Huitzilopochtli.



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