¿Qué tan caprichosa puede ser la naturaleza
formando imágenes cotidianas? Hacía el
poniente de Magdalena se extiende una maravillosa formación rocosa sobre la que
parte del pueblo ha asentado, con riesgo de su vida, su habitación. Hace años, parte de sus simas fueron bañadas
por el agua opalina de la Laguna de La Magdalena. Allí se yergue magnífico El Caballito, una colosal imagen coloreada de modo natural
por los escurrimientos de las aguas de Magdalena a las que tanto debemos y a
las que hemos, ingratos, conjurado.
Nuestra narración inicia cientos de años atrás y al
otro lado del mar, en Barcelona. Un
enorme Dragón asolaba las ciudades costeras del Mediterráneo. Ninguna plegaria, ningún santo pudo detener
su camino de bosques y simientes quemadas hacía el puerto español. Batiendo sus alas, el calor se comenzaba a
sentir. Cualquier viento raro parecía
anunciar la preencia de la mortal Bestia
cuya piel no podía ser traspasada por
arma alguna hecha por mano humana.
Un mediodía, los campesinos corrían a protegerse
tras las murallas barcelonesas y al ver el pánico en sus rostros, las campanas
de los templos comenzaron a tañir
llamando a todos a alcanzar la seguridad detrás de sus murallas. Horas después, expectantes, desde lo alto de
las murallas, los habitantes pudieron ver arder sus cosechas y los bosques
circundantes. El enorme dragón cuyas
escamas brillaban como el oro a plena luz del día exhalaba fuego que consumía
todo a sus alrededor.
Pasaron los días y el Dragón pareció satisfacer su
hambre con los ganados montunos y los privados.
Desde lo alto de las torres, la muralla y el castillo los pobladores
veían como los animales del bosque huían en riadas. Tras la seguridad de las murallas el hambre
comenzó a asomarse. Uno de esos días
cuando las provisiones de la Ciudad casi desparecían, el monstruo avanzó hacía
la ciudad. Todos lo sabían, el Dragón
los devoraría.
Los gobernantes de la Ciudad, alarmados, reunieron
a las cortes ante el Conde. En su
desesperación decidieron que se hecharía a suertes la vida de uno de sus
jóvenes habitantes quien debería presentarse como víctima ante el Dragón. Solo así, sentían, podía salvarse la
Ciudad. Y hecharon suertes y tocó a un
avezado soldado que, despojándose de su armadura camino, ante la mirada de
todos, al encuentro del feroz Dragón.
Tras el dramático banquete, la Bestia se retiró dando tumbos y se
perdió. Los barceloneses se creyeron
salvados.
Al año siguiente, cercana la cosecha, cuando el
campo quemado volvío a vestirse de mieses y el ganado empezaba a crecer
nuevamente, la Bestia volvió. Las Cortes
repitieron el sangriento sacrificio y esta vez entregaron a una joven. De nuevo el Monstruo se retiró. Ahora sabían que tendrían que hacer un
sacrificio anual.
Llegó la siguiente cosecha y antes de sorprenderse, las cortes
volvieron a hechar suertes y mandaron su sacrificio. Ningún habitante de la Ciudad estaba exento
del cobró del Dragón. Nobles y plebeyos
participaban en la mortal lotería y así, durante casi 30 años o más, los
barceloneses tuvieron que entregar a alguno de sus más preciados jóvenes hasta
que tocó un año en que, el nombre que surgió, dolió a todos. Desde el
Conde hasta el más mísero habitante del burgo barcelonés lloraba porque debía
sacrificarse la hija del mismo Conde: doña Blanca y la
Ciudad se deshizo en llantos y clamores a D-os.
Los principales ofrecían cambiar a doña Blanca por sus hijos o por dos o
por tres de ellos pero doña Blanca estaba decidida y ella sería la siguiente
víctima.
Llegó el fatal día y el Monstruo aparecería sobre el bosque y la Ciudad
lloraba vestida de luto. El Conde se
deshacía la cabellera desesperado y daba su corona al caballero que pudiera
matar a la fiera Bestia sin obtener respuesta.
Todavía de mañana, se abrieron
las puertas del castillo y apareció doña Blanca ornado el largo cabello de
flores multicolores y un vestido tan blanco como su nombre ceñido a su cintura
con un largo listón azul que arrastraba.
Avanzó con entereza por las calles de la Ciudad acompañada del llanto de
todos. Se abrieron las puertas de la
muralla y salió al campo. La Ciudad se
había volcado sobre las murallas y, a cierta distancia, doña Blanca se despidió
entrando al espeso bosque. Un viento de
muerte atravesó del bosque a la Ciudad.
En el bosque, doña Blanca se encontró a un apuesto
joven vestido tan solo de camisa, pantalón, botas y montado sobre un corcel sin
montura. Sin apearse, el joven entabló
conversación con ella y la acompañó por el bosque. Doña Blanca le explicó su situación
diciéndole que había decidió salir a buscar ella a la Bestia porque no quería
que su padre fuera testigo del cruel momento en que sería devorada. Sin darse cuenta, doña Blanca y el Joven dieron con la guarida
del Dragón dormido aún.
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Sant Jordi en un monumento en Barcelona |
La Joven se despidió del caballero pero él le
sostuvo la mano. Ella se empecinó en
avanzar a la Bestia y él la contuvo llevándose un dedo a los labios. La estrechó contra su cuerpo y en un ágil
movimiento retiró el listón que le ceñía el vestido. Sorprendida doña Blanca, preguntó en un
susurro el nombre al joven: - Jordi- le dijo y de modo ágil se avalanzó sobre
el Dragón dormido y pasó el listón por su cuello dando el extremo a doña
Blanca.
Sorprendida la Bestia despertó y se sintió domada
por mano humana. Doña Blanca asustada no
sabía que hacer. Jordi la tomó de la
mano y le instó a no soltar el Dragón.
Así, el Dragón con el listón al
cuello seguía a doña Blanca quien iba de la mano de Jordi y este llevaba a su
caballo con la otra mano. Barcelona
estalló en un grito de alegría al ver la vuelta de doña Blanca acompañada del
apuesto príncipe. Se abrieron las
puertas de la muralla y, por primera vez, los barceloneses podían tocar a la
Bestia que los había espantado por años.
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En la estampa, San Jorge asesina al Dragón ante la mirada de doña Blanca, al fondo Barcelona y sus murallas. |
Pero la paz tenía un precio y había que
pagarlo. Blanca no podía soltar al
Dragón a no ser que se casará con Jordi.
Como en toda tragedia, el Conde y la nobleza se opusieron a la boda de
la princesa digna de un rey pero no de un desconocido. Jordi montó su caballo e invitó a Blanca a
subir en él y soltar el Dragón. Ella se
negaba a hacerlo porque eso significaría la destrucción de su Ciudad pero
quería irse con Jordi. Entonces, casi de
un salto, en medio de la discusión de la nobleza, montó en el caballo con Jordi
sin soltar el Dragón y avanzaron camino al mar y allí se perdieron.
Cientos de años después la historia se siguió y se
sigue contando y cada héroe de Barcelona se llama Jordi y a veces Sant Jordi. Cuando los europeos llegaron a América y
encontraron el lago de La Magdalena con un caballo pintado de modo no humano en
un farallón, no pudieron menos que recordar la leyenda de Sant Jordi ,
doña Blanca y el Dragón que un día desaparecieron camino del mar y le llamaron
cariñosamente “El Caballito”.
Por si fuera poco, en el mismo macizo donde aparece
figurado El Caballito hay un géiser cuyo bramido puede escucharse aún hoy al
caer las tardes recordando al bramido de una Bestia antigua que duerme
encerrada por la piedra y vigilada por el Caballito de Sant Jordi . Si un día, el Caballito baja la pata
delantera (que la tiene en alto) será sin duda para avanzar y con su paso
pétreo romper la roca que guarda al antiguo Dragón. El Dragón despertará y en una explosión de
agua inundará lo que esté a su paso claro está, Magdalena.
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Hemos señalado en un círculo la formación rocosa de El Caballito de Magdalena para facilitar su visiblidad. |
Nuestros abuelos iban de día de campo al Caballito
hace ya muchos años. Desde allí veían el oleaje de la antigua
Laguna hoy seca para beneficio de unos cuantos y rememoraban la leyenda que
acabamos de narrar de un modo o de otro.
De camino a casa no paraban de rezar:
“San Jorge bendito, amarra a tus animalitos con un cordón bendito”
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