miércoles, 14 de junio de 2017

El Caballito

¿Qué tan caprichosa puede ser la naturaleza formando imágenes cotidianas?  Hacía el poniente de Magdalena se extiende una maravillosa formación rocosa sobre la que parte del pueblo ha asentado, con riesgo de su vida, su habitación.  Hace años, parte de sus simas fueron bañadas por el agua opalina de la Laguna de La Magdalena.  Allí se yergue magnífico El Caballito,  una colosal imagen coloreada de modo natural por los escurrimientos de las aguas de Magdalena a las que tanto debemos y a las que hemos, ingratos, conjurado.

Nuestra narración inicia cientos de años atrás y al otro lado del mar, en Barcelona.  Un enorme Dragón asolaba las ciudades costeras del Mediterráneo.  Ninguna plegaria, ningún santo pudo detener su camino de bosques y simientes quemadas hacía el puerto español.  Batiendo sus alas, el calor se comenzaba a sentir.  Cualquier viento raro parecía anunciar la preencia de la  mortal Bestia cuya piel no podía ser  traspasada por arma alguna hecha por mano humana.

Un mediodía, los campesinos corrían a protegerse tras las murallas barcelonesas y al ver el pánico en sus rostros, las campanas de los templos comenzaron a tañir  llamando a todos a alcanzar la seguridad detrás de sus murallas.  Horas después, expectantes, desde lo alto de las murallas, los habitantes pudieron ver arder sus cosechas y los bosques circundantes.  El enorme dragón cuyas escamas brillaban como el oro a plena luz del día exhalaba fuego que consumía todo a sus alrededor. 

Pasaron los días y el Dragón pareció satisfacer su hambre con los ganados montunos y los privados.  Desde lo alto de las torres, la muralla y el castillo los pobladores veían como los animales del bosque huían en riadas.   Tras la seguridad de las murallas el hambre comenzó a asomarse.  Uno de esos días cuando las provisiones de la Ciudad casi desparecían, el monstruo avanzó hacía la ciudad.  Todos lo sabían, el Dragón los devoraría.

Los gobernantes de la Ciudad, alarmados, reunieron a las cortes ante el Conde.  En su desesperación decidieron que se hecharía a suertes la vida de uno de sus jóvenes habitantes quien debería presentarse como víctima ante el Dragón.  Solo así, sentían, podía salvarse la Ciudad.  Y hecharon suertes y tocó a un avezado soldado que, despojándose de su armadura camino, ante la mirada de todos, al encuentro del feroz Dragón.  Tras el dramático banquete, la Bestia se retiró dando tumbos y se perdió.    Los barceloneses se creyeron salvados.

Al año siguiente, cercana la cosecha, cuando el campo quemado volvío a vestirse de mieses y el ganado empezaba a crecer nuevamente, la Bestia volvió.  Las Cortes repitieron el sangriento sacrificio y esta vez entregaron a una joven.  De nuevo el Monstruo se retiró.   Ahora sabían que tendrían que hacer un sacrificio anual. 

Llegó la siguiente cosecha y antes de sorprenderse, las cortes volvieron a hechar suertes y mandaron su sacrificio.  Ningún habitante de la Ciudad estaba exento del cobró del Dragón.   Nobles y plebeyos participaban en la mortal lotería y así, durante casi 30 años o más, los barceloneses tuvieron que entregar a alguno de sus más preciados jóvenes hasta que tocó un año en que, el nombre que surgió, dolió a todos.   Desde el Conde hasta el más mísero habitante del burgo barcelonés lloraba porque debía sacrificarse la hija del mismo Conde: doña Blanca  y  la Ciudad se deshizo en llantos y clamores a D-os.  Los principales ofrecían cambiar a doña Blanca por sus hijos o por dos o por tres de ellos pero doña Blanca estaba decidida y ella sería la siguiente víctima.

Llegó el fatal día y el Monstruo  aparecería sobre el bosque y la Ciudad lloraba vestida de luto.  El Conde se deshacía la cabellera desesperado y daba su corona al caballero que pudiera matar a la fiera Bestia sin obtener respuesta.  Todavía de mañana,  se abrieron las puertas del castillo y apareció doña Blanca ornado el largo cabello de flores multicolores y un vestido tan blanco como su nombre ceñido a su cintura con un largo listón azul que arrastraba.  Avanzó con entereza por las calles de la Ciudad acompañada del llanto de todos.  Se abrieron las puertas de la muralla y salió al campo.  La Ciudad se había volcado sobre las murallas y, a cierta distancia, doña Blanca se despidió entrando al espeso bosque.   Un viento de muerte atravesó del bosque a la Ciudad.

En el bosque, doña Blanca se encontró a un apuesto joven vestido tan solo de camisa, pantalón, botas y montado sobre un corcel sin montura.  Sin apearse, el joven entabló conversación con ella y la acompañó por el bosque.  Doña Blanca le explicó su situación diciéndole que había decidió salir a buscar ella a la Bestia porque no quería que su padre fuera testigo del cruel momento en que sería devorada.  Sin darse cuenta,  doña Blanca y el Joven dieron con la guarida del Dragón dormido aún.

Sant Jordi en un monumento en Barcelona


La Joven se despidió del caballero pero él le sostuvo la mano.  Ella se empecinó en avanzar a la Bestia y él la contuvo llevándose un dedo a los labios.  La estrechó contra su cuerpo y en un ágil movimiento retiró el listón que le ceñía el vestido.  Sorprendida doña Blanca, preguntó en un susurro el nombre al joven: - Jordi­- le dijo y de modo ágil se avalanzó sobre el Dragón dormido y pasó el listón por su cuello dando el extremo a doña Blanca. 

Sorprendida la Bestia despertó y se sintió domada por mano humana.  Doña Blanca asustada no sabía que hacer.  Jordi la tomó de la mano y le instó a no soltar el Dragón.  Así,  el Dragón con el listón al cuello seguía a doña Blanca quien iba de la mano de Jordi y este llevaba a su caballo con la otra mano.   Barcelona estalló en un grito de alegría al ver la vuelta de doña Blanca acompañada del apuesto príncipe.  Se abrieron las puertas de la muralla y, por primera vez, los barceloneses podían tocar a la Bestia que los había espantado por años.

En la estampa,  San Jorge asesina al Dragón ante la mirada de doña Blanca, al fondo Barcelona y sus murallas.


Pero la paz tenía un precio y había que pagarlo.  Blanca no podía soltar al Dragón a no ser que se casará con Jordi.  Como en toda tragedia, el Conde y la nobleza se opusieron a la boda de la princesa digna de un rey pero no de un desconocido.  Jordi montó su caballo e invitó a Blanca a subir en él y soltar el Dragón.  Ella se negaba a hacerlo porque eso significaría la destrucción de su Ciudad pero quería irse con Jordi.  Entonces, casi de un salto, en medio de la discusión de la nobleza, montó en el caballo con Jordi sin soltar el Dragón y avanzaron camino al mar y allí se perdieron.

Cientos de años después la historia se siguió y se sigue contando y cada héroe de Barcelona se llama Jordi y a veces Sant Jordi.  Cuando los europeos llegaron a América y encontraron el lago de La Magdalena con un caballo pintado de modo no humano en un farallón, no pudieron menos que recordar la leyenda de Sant Jordi , doña Blanca y el Dragón que un día desaparecieron camino del mar y le llamaron cariñosamente “El Caballito”.

Por si fuera poco, en el mismo macizo donde aparece figurado El Caballito hay un géiser cuyo bramido puede escucharse aún hoy al caer las tardes recordando al bramido de una Bestia antigua que duerme encerrada por la piedra y vigilada por el Caballito de Sant Jordi .  Si un día, el Caballito baja la pata delantera (que la tiene en alto) será sin duda para avanzar y con su paso pétreo romper la roca que guarda al antiguo Dragón.  El Dragón despertará y en una explosión de agua inundará lo que esté a su paso claro está, Magdalena.

Hemos señalado en un círculo la formación rocosa de El Caballito de Magdalena para facilitar su visiblidad.


Nuestros abuelos iban de día de campo al Caballito hace ya muchos  años.  Desde allí veían el oleaje de la antigua Laguna hoy seca para beneficio de unos cuantos y rememoraban la leyenda que acabamos de narrar de un modo o de otro.  De camino a casa no paraban de rezar:

“San Jorge bendito, amarra a tus animalitos con un cordón bendito”

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