viernes, 27 de octubre de 2017

Una cruz acuchillada tres veces...

De muy reciente creación, el actual Cementero Municipal de Magdalena no está excento de leyendas e historias. De recién abierto allá por los años de 1930 y algo, le fueron transferidas lápida y restos de algunos magdalenenses cuyos familiares no querían que el descanso de los suyos fuera perturbado por la destrucción del Cementerio anterior ubicado donde hoy está el Centro de Salud  y la plazuela de San José

No tardaron en ir llegando los nuevos vecinos a este Cementerio que fue también testigo de algunos fusilamientos cuando aún se levantaban.  Ya tendría unos 30 o 40 años cuando llegó Esther Leal a ocupar su descanso.  La tierra recibió su cuerpo entre el llanto de su hija, sus nietos y su hermano Eliseo.  La que había tenido en un puño de su mano todo el mayorazgo de Orendaín fallecía sin la pompa que era característica de su tiempo.  En un sencillo ataúd fue colocado el cuerpo que causó pleitos entre los hombres y habladurías entre las mujeres. 



Quizá algunas sencillas azucenas que tanto quería y que en su honor Tomás Orendaín había hecho plantar en las veras de los arroyos de San Andrés la acompañaban. Su despedida religiosa fue un forcejeo con el Cura.  En pleno Atrio Eliseo arrancó de su ataúd la cruz que lucía.

En su casa, construida lejos, lo más lejos posible de Magdalena sin quedar fuera se había colocado un vaso de cristal tras la puerta; los espejos permanecían cubiertos y sus fotografías guardadas bajo llave.  8 días mínimo llorarían su ida.   Amparo, su hija, prorrumpía su nombre por las noches dirigiéndose a los frondosos árboles de los cerros que rodeaban la propiedad.

Al tercer día fue Eliseo al Cementerio.  Estaba renuente a poner una Crucifijo en la tumba de Esther pero debía marcar su lugar para que se conservara su recuerdo.  No supo que a lo lejos venía Isidoro Rodríguez, el mulato que siempre la amó.  Con cal y anilina, Eliseo marcó una cruz de dos trazos de brocha sobre el desnudo muro de ladrillo.  No se atrevía a poner una cruz sobre la tumba de su amada hermana.  Aún la cruz le causaba pesar  y sacando una daga de su abrigo le dio tres cuchilladas al brazo derecho.  Isidoro se asustó a lo lejos.  En Magdalena no había quien hiciera lápidas para poner su nombre y Eliseo enfiló de nuevo cayendo la tarde, el camino que lo llevaría al pueblo.  En la noche fue interpelado por Isidoro acerca de la ausencia de una cruz en la tumba de Esther.  Eliseo se negó a ponerla una y otra vez.  Isidoro salió hecho un demonio de la casa.

Antes de cumplirse los nueve días volvió Eliseo al Cementerio y vió que la Isidoro había puesto una cruz de metal fundido con un crucifijo barato.  La colosal fuerza de Eliseo cayó en ese momento.  De nuevo encerrado.  Siglos de persecución le cayeron encima y a pesar de lo que había ocurrido en el mundo el pueblo de nuevo le negaba a ella a su hermana y con ella a toda su familia una tumba según su tradición.  Se arrancó un pedazo del abrigo, rompió un poco del vestido de su sobrina Amparo y arrancó botones a la camisa de su sobrino y al vestido de su sobrina.  Resistiendo un grito interno sacó de nuevo la daga y marcó, en los brazos de la cruz de metal, las iniciales E. L. B.  A la puerta del Cementerio le dio unas monedas al camposantero y le ordenó que, por nada del mundo, permitiera que se borrará la Cruz pintada en el muro de ladrillos golpeada tres veces por una daga y que indicaba la dirección donde estaba la tumba de Esther Leal. 

Allí, a la derecha, a unos metros de uno de los ingresos del Cementerio de Magdalena, se ha conservado una cruz con tres cuchilladas.  Signo de una resistencia silenciosa.



martes, 5 de septiembre de 2017

La venta del alacrán

Hubo, durante muchos años en Magdalena, una casa a donde acudían los padres de la Compañía de Jesús cuando iban camino al Puerto de San Blas de donde salían a sus misiones del norte.  Las sótanas negras cubiertas por negras capas eran cotidianas.  Por aquellos años anteriores a 1763 (que fue cuando el rey Carlos III los expulsó del Imperio) desde los más ricos hasta lo más pobres asistían a pedir auxilio o consejo a la Compañía de Jesús.  

Su casa, más que convento, parecía una casa común, como la del resto de los habitantes ( de los habitantes ricos claro ).  Las noticias del norte y del sur se cruzaban en las salas de la Compañía en Magdalena.  No era raro que el naufrago, el defraudado o aquel que había quebrado llegara a su casa pidiendo consejo y capital para volverse a poner a trabajar.

Ocurrió que llegó un hombre (de cuyo nombre no es que no queramos, pero no guardamos el nombre) que había invertido todo cuanto tenía y con ello el de cuatro poderosos amigos en unas mercaderías que le llegarían por la Nao de China.  Como suele suceder, la desgracia ocurrió y la inversión en mercaderías se perdió.  Quizá la tomaron los piratas o los mismos marineros la robaron o pudo ser también un tifón que hizo que la Nave se perdiera.  El hecho es que nuestro mercader estaba harto preocupado y recurrió a la Compañía de Jesús.

Lo recibió amablemente el administrador y le ofreció chocolate para contar sus penas.  Largo rato estuvieron platicando y el administrador se vió condescendiente y decidido a ayudarlo hasta que el mercader externó la suma exorbitante  de dinero que debía pagar solo para saldar las deudas a sus socios.

Nuestro mercader estaba preocupado porque las malas lenguas pueden más que la falta de pesos en cosas de negocios y las murmuraciones de su quiebra y de la pronta venta de sus bienes para costear la cuantiosa deuda, era ya comidilla común.  El Padre abrió una ventana de la Casa y escucharon las murmuraciones de unas mujeres que ya ponían precio hasta las sábanas de las camas del mercader.

-Murmuran como víboras- dijo el mercader.

 El jesuita le pidió que le mostrara el talego donde el mercader cargaba sus monedas.  Unas últimas monedas eran una pequeña fortuna aún: 

-Estas víboras te han de devolver lo perdido ya verás-

El padre le ordenó al mercader seguir su consejo.  Con lo que había aún en aquella bolsa de terciopelo se pagó pólvora, música y un fastuoso banquete para los principales magdalenenses.  Acróbatas  y cera  se gastaron desde que declinó la tarde y en poco tiempo se olvidaron de la próxima quiebra del mercader.  En una mesa contigua a la de los señores ricos y principales, se había establecido una mesa para los pobres.  Tras el correr del alcohol, unos y otros olvidaron sus diferencias.  En un momento dado, el jesuita llamó la atención del mercader sobre un magnífico alacrán que subía sobre una de las paredes.  En verdad era magnífico y enorme. 

De un solo movimiento, casi calculado, el jesuita tomó el alacrán por la cola y lo metió al talego del mercader:

-Hay que dárselo al mejor postor pero lo has de regresar sin premura tras pagar tu deuda-


El mercader pensó que como charada iba a conseguir algunos pesos y llamó la atención de todos para poner en venta el magnífico ejemplar:

-¡Ea Vuesas mercedes! ¡Vean la novedad que acá les tengo!  Esta tierra tan rica que tanto nos ha dado ha sido condescendiente hasta con las alimañas más ponzoñosas y no, no señores míos, no me refiero a los bellos ejemplares de lengua bífida que tan bien conocemos, sino a otro tipo tan peligroso que con tan solo ver su brillo nocturno y escuchar su pesada armadura silbar nos causa terror.  Hoy he recibido el más magnífico de los alacranes criado por estos suelos y lo pongo a consideración del que mejor lo quiera pagar –

Diciendo esto puso frente a las mujeres la bolsa de terciopelo en la que se removía la alimaña tratando de salir causando miedo a quien se le acercaba.

Sobre un platón de plata abrió la bolsa pero el alacrán no salió.  Todas las miradas estaban puestas sobre los movimientos del mercader.  Tomó por la esquinas la bolsa y la sacudió con cierta fuerza.  Un sonido metálico acompañó al grito sorprendido de los convidados.  Ante ellos un alacrán en oro cincelado, detallado con filigrana de plata y adornado con ambares y perlas yacía con las patas arriba.  Sorprendido el mercader buscaba la mirada del jesuita.  Un impulso lo hizo ponerlo de pie mostrando toda su belleza.



Esa noche el mercader consiguió doblar la cantidad de su deuda empeñando la joya.  Se aseguró de que sus  acreedores no la vendieran ni le hicieran daño alguno.  Pagó las deudas y logró doblar el resto y aún quedarse con ganancia.  Volvió a su casa pago la cantidad empeñada y recuperó el alacrán negándose a venderlo por cantidades tan grandes como la que fue entregada al principio. 


Con la joya en la bolsa se dirigió a la Casa de la Compañía.  El jesuita ya lo estaba esperando.  Más agradecimiento no se ha visto en el rostro y ademanes de un hombre.  Hablaron sobre como se había librado de la quiebra y por último le dio el alacrán de oro al jesuita.  El padre lo vió por arriba y por abajo, por un lado y por el otro.  Al mercader le latían las sienes ¿acaso faltaba alguna piedra? ¿Habría sido falsificado? El jesuita sonrió y se dirigió a la pared más cercana, tomó al alacrán por la cola y lo acercó al muro.  El alacrán, como despertando de un letargo, se aferró al muro y comenzó su camino como si nunca hubiera sido una joya.

domingo, 6 de agosto de 2017

Una guanajuatense en La Magdalena del siglo XVIII

Podría comenzar haciendo una disertación acerca de la movilidad de las personas en el siglo XVIII a diferencia de la inmovilidad a la que estamos condenados, psicológicamente, en el presente siglo XXI.  Solo escribiré que, en el siglo XVIII, sino te funcionaba el lugar donde estabas cambiabas de residencia y como diríamos algunos “nuevo momento, nueva creación”.

Doña Josefa Teresa de Busto y Moya, fundadora del Hospicio de la Santísima Trinidad de Guanajuato.


No es mi intención hacer una biografía acerca de dos mujeres que coincidieron en el lugar al menos por un breve espacio de tiempo.  Ni siquiera podemos estar seguros de que se hayan conocido o si, a pesar de la pequeñez de Guanajuato, escucharon una el nombre de la otra.  Las dos dejaron huella en la historia de los lugares donde alcanzaron la madurez: una en Guanajuato y la otra en Magdalena/Etzatlán.  La primera de ellas sigue siendo recordada y la otra se ha ido olvidando paulatinamente.

Josefa Teresa de Busto y Moya fundó, en compañía de unos ricos y acaudalados mineros de Guanajuato el 1 de octubre de 1732 el Hospicio de la Santísima Trinidad que, unos años después, en 1744, se convertiría, por instancias de la misma mujer, en el Colegio de la Santísima Trinidad de Guanajuato (hoy Universidad de Guanajuato) regida por la Compañía de Jesús.

El templo de la Compañía de Jesús visto desde una de las capillas del patio del Colegio de la Santísima Trinidad de Guanajuato.


Por esos mismos años, en la misma Ciudad, hija de una acaudalado minero de apellido Bocanegra, jugaba su hija Antonia Rita Rosa María Leal y Araujo Xaramillo y Llanos de Comprarán.  Hija suya de un segundo matrimonio.  Rosa María tardó, a diferencia de las muchachas de su época, en casarse y su familia no daba muestras de quererla obligar.  Justo en 1744, a los 20 años de edad, contrajo nupcias con el capitán don Juan Sánchez de Escarcena minero y hacendado de Etzatlán en el Real de minas de Santa Fe de Guanajuato.  Hasta ahí la coincidencia.  Teresa de Busto veía como su hospicio se convertía en Colegio mientras Rosa María Leal contraía matrimonio con un capitán minero de una tierra algo lejana para esos años. 

Las noticias de Rosa María Leal llegaron a mí de manera inesperada.  Revisando unos documentos del Archivo Histórico del Estado de Jalisco para el padre José de Jesús Gómez Fregoso di con el volumen de las “componendas” que hubiera pasado de largo si no me encuentro el apellido “Leal” relacionado con Etzatlán en un expediente de 1750 .  Los versados amantes de Clío notarán que he dejado en este párrafo la constancia de la ubicación del documento es decir, la referencia.

La “Componenda” fue un proceso que tuvieron que llevar todos los nobles o aquellos súbditos que hubieran adquirido mercedes directas de los reyes españoles de la Casa de los Austrias.  Al subir al trono Felipe V de Borbón,  tras las violentas revueltas habidas en la Península contra su ascensión al trono, se consideró necesario que,  el rey Felipe V, volviera otorgar o retirar según fuera el caso (o su gusto) todas y cada una de las propiedades que hubieran sido distribuidas por sus antecesores.

Felipe V de Borbón



Resulta que para esas fechas, Rosa María Leal había ya quedado viuda del capitán don Juan Sánchez del que había engendrado seis hijos.  El expediente de la “componenda” da muchos detalles de la vida de doña Antonia Rita Rosa María de Leal y Araujo Xaramillo y Llanos de Comparán como que, había recibido en herencia paterna un título nobiliario (que reserva al Rey) que ponía en manos de Su Magestad así como todos los bienes que poseía a “nombre de Su Magestad el Rey”  entre ellos, la fabulosa hacienda de San Andrés con su fortín y castillo (así mismo dice).  Dicho sea de paso, cuando inició el proceso estaba en su casa de Etzatlán pero poseía otra en La Magdalena a donde residía de continuo.

El "Fortín" o "Castillo" mencionado en el expediente de la Componenda de doña Rosa María Leal.



Al final, Rosa María Leal se casó con un Orendaín allegado a la Real Caja de Guadalajara.  Rosa María introdujo al matrimonio la hacienda de San Andrés.  Dos mujeres novohispanas dejaron huella en la historia y coincidieron en tiempo en la misma ciudad.   Una es recordada y la otra ha sido paulatinamente olvidada a pesar de haber detentado la más fabulosa de las haciendas de Magdalena, Jalisco. De una tenemos imagen de la otra solo el nombre.

lunes, 31 de julio de 2017

"Estás muerto"

Allí, en el cruce de las calles que hoy se llaman Allende e Independencia se localiza un billar muy conocido por todos los magdalenenses.  A principios del siglo XX era una casa como todas.  Bueno, como casi todas las de Magdalena.  En ella vivía Amparo con su familia materna.  El color de su tez, los ojos avellanados y el cabello negro de destellos azules habían cautivado a más de uno.

Hija de un rico hacendado que había fallecido a poco, su madre y ella tuvieron que retirarse a esa finca que, aunque reducida, tenía todos los servicios para su estilo de vida.  De un lado el fuerte muro dividía de la calle.  Por el frente pasaba la que entonces se llamaba todavía “Calle Real” y ya comenzaban a conocer como la de la Independencia.  Seis largas ventanas se colocaban en fila.  De frente, al lado izquierdo, parecía que una de ellas se había hecho más larga para hacer el ingreso principal.

Las largas ventanas de madera tenían sus postigos, unas pequeñas ventanitas que podían abrirse sin necesidad de apartar toda la larga hoja de madera.  Obviamente estaban protegida por los barandales de hierro tan clásicos en las casas mexicanas.  Era por ese postigo por donde, por las noches, podían platicar.  La casa de Amparo era sin embargo, algo más liberal y se permitía que las muchachos o muchachos abrieran de par en par las ventanas.

Anselmo le hacía la corte a Amparo.  Quería impresionarla y enamorarla.  Pasaba todos los días camino de su parcela haciendo un largo rodeo frente a su casa.  El caballo enajezado y él con sus mejores ropas cual si fuera domingo.  Se portaba espléndido ante la mirada femenina que parecía ignorarlo.  Cierta vez la encontró yendo a la plaza por las compras de la casa y la siguió a caballo.  Él le hablaba pero ella lo ignoraba.  Quiso entonces darle un “jalón” del brazo y ella, con más fuerza, lo tiró del caballo.  Anselmo se levantó rápidamente sorprendido:

-¿Te parecen modales hablarme desde lo alto de tu bestia? Mejor vente a pie conmigo y carga.  Acomidete a algo.

Así, Anselmo y Amparo comenzaron a ser amigos y se les veía platicar en la ventana de su casa cuando él volvía de sus labores de campo. 

No fue mucho tiempo ni fueron muchas veces.  Al caer una tarde Anselmo no llegó y Amparo se quedó esperando en la ventana.  Esa misma noche (era un sábado).  Tras encender las luces de la casa, cayó el sereno acompañado de un neblina rara.  Entre el vapor de agua parecían que los sonidos se hacían mudos o desparecían de pronto.  Amparo se sintió repentinamente cansada y se retiró a su habitación.  Cesarea, su tía iba con ella.

Al rato de platica se oyeron dos golpes en la ventana de madera:

-¡No abras! – dijo Cesarea- Ha de ser la muerte porque solo tocó dos veces (y soltaron una leve carcajada)

Haciendo señas Amparo le mandó se escondiera tras la otra de la ventana.  Se aliñó rápidamente el cabello y abrió la ventana.  Ahí estaba Anselmo.  Pálido.  Asustado. Sin caballo.

-¿Qué te pasó? ¿Qué horas son estás? ¿Qué tiene Anselmo? (le dijo sorprendida Amparo)

-No sé (respondió) yo venía de Santa María pa´cá, pa contigo.  Luego una víbora.  Creo que fue eso espantó mi caballo.  Me levanté y solo vi neblina por todos lados y comencé a caminar y caminar.  Luego me acordé que quedé en verte y caminé derechito, derechito hasta que pude ver la ventana de tu casa y aquí ando.  Contigo como dije que haría.

Amparo estaba impresionada por lo que veía.  Mientras hablaban, Cesarea había salido de su escóndite para ver a Anselmo.  Un tenue cordón dorado estaba anudado a su cintura.  Con una rápida mirada le hizo notar el detalle a Amparo.

-Anselmo (dijo Amparo) te agradezco el cumplimiento de la palabra empeñada conmigo.  No hay ningún deber conmigo. Vete por donde venías porque estás muerto.

-No, no estoy muerto todavía porque me acordé de ti y por eso vengo contigo.  Mira aquí estoy. 

Cesarea cubría los espejos de la recamara de Amparo y le sirvió un vaso con agua a Anselmo.  Él lo tomó con la mano derecha y agradeció el gesto.  El agua se consumió sin que la hubiera bebido y Anselmo se sorprendió.

-A veces, Anselmo, las almas se tardan en irse (le decía Cesarea) y están con nosotros por un tiempo para despedirse.  Verás que no estás ya con nosotros.  Repite conmigo:
“Bendice mi alma al Señor y mi espíritu se llena de gozo…”-

Anselmo solo hacía gesticulaciones con la cara.  La quijada se le trababa.  Le daba risa porque, decía, recordaba el rezo pero no lo podía decir “lo tengo en la punta de la lengua” decía y no lo podía hacer.  Así lo intentaron tres veces hasta que Amparo se cansó:

-¡Estás muerto Anselmo! ¿Viniste para que yo te dijera eso? ¿Ya viste el cordón que traes en la cintura? ¿Quieres que yo lo corté?

Anselmo asintió.  Amparo se acercó a su rostro con mucha ternura.  Posó su mano sobre su cadera izquierda y le dio un beso.  Anselmo sintió un aire fresco y su rostro se iluminó, el cordón se soltó de su cintura.  Dió un paso atrás y mientras se desaparecía entre la neblina les dijo:

-¡Vayan por mí al camino a Santa María!

La noticia corrió rápidamente pero, como suele suceder en esos casos.  Los vecinos todos tienen miedo ya nadie quiso acompañar al contigente encabezado por Cesarea y Amparo.  Dos hermanos de Anselmo, su padre y una hermana hicieron el camino a Santa María. 

Con hachones y “aparatos” iluminaban a un lado y a otro del camino.  Cuando Amparo besó a Anselmo vió algo como un árbol, sintió el frescor del agua y percibió un aroma a azucenas.  Justo bajo un árbol que crecía cerca de un arroyo estaba el cádaver de Anselmo rodeado de azucenas.  El llanto de los que lo buscaban no se hizo esperar.
Pero era de noche y si lo dejaban ahí el cuerpo podía ser devorado por las bestias del campo.  Lo envolvieron lo mejor que pudieron y lo cargaron en una camilla que arrastraba un caballo. 

-¡No apaguen las luces!- Mandaba enérgica Cesarea-Iluminen su camino que no se apaguen las luces-


Los muertos no pueden pronunciar el nombre de D-os.  Por eso Cesarea le pedía a Anselmo que repitiera el rezo con ella. 

domingo, 9 de julio de 2017

Cíclope o Golum en las palabras de una magdalenense

-No había nada en el mundo.  Es difícil imaginar que no había nada.  No había color, ni montañas, ni cielo, ni agua, ni nubes.  Solo Él y con el batir de sus alas le seguía una infinidad de ángeles.  Como una brizna de fuego surcaba la oscuridad rasgándola.  Y luego todo Él (su amor) explotó de tanto serlo y se creó el mundo.  Tomó entonces el polvillo que surge de las primeras lluvias. El polvillo que flota en el aire húmedo y a la luz de las estrellas le dio un ánima y le sopló su vida y fue creado Adán y con él Eva-

Así recuerdo como mi abuela materna Amparo Leal, me contaba la Creación y luego, extendiendo los brazos me contaba para explicarme como existía el mundo:

-Él extendió su tienda de color azul (y levantaba los brazos al cielo) y puso en ella una salpicadura de estrellas (y como si empuñara un pincel aventaba chorros de pintura) y al sol y a la luna a sus horas.  Hizo bajar el agua de los cielos y los mares llenaron las cañadas.  Luego nos vió a nosotros y nos habló y se hizo un jardín para Él solo y donde habitáramos todos.  Levantó una torre como un castillo en medio y desde ahí  la cuidaba.  Es tanto su amor que nos la dejó en encargo.  Pero su jardín ha dado frutos amargos porque ha tenido malos administradores y malos capataces.  Aún así espera con paciencia eterna que todo florezca como Él quiere-

Luego, sin mediar palabra me hablaba del “Cíclope” pero no era el Cíclope heleno.  Este era un ser hecho de barro casi como una persona pero no tenía alma ni podía hablar.  Se había hecho por manos de hombres para proteger el jardín del Creador.  Como era de barro húmedo podía tomar la forma que se le pidiera o la que le conviniera.  A veces un gato, un perro o una persona pero sin alma porque espíritu, si tenía,  era el espíritu que solo le podía transmitir el hombre usando el Nombre del Creador.  Golum se llamaba y cuando aparecía como hombre parecía que solo tenía un ojo por que tenía una sola ceja, pero no hablaba. 

Al solo mencionar su nombre aparecía entre las vasijas de la cocina.  En las ventanas aunque estuvieran tapiadas o cerradas o se oían sus pasos por los tejados y los techos.  La vida del Golum era fugaz como la vida del hombre.  Porque el hombre tiene espíritu, chispa divina, pero esa chispa divina no es bastante ni suficiente para darle la vida entera a otro ser vivo del modo en que el Creador lo hizo.

El Golum solo obedecía órdenes pero era muy tonto.  Todo se le tenía que pedir por escrito o decírselo directamente a la cara pero, para que obedeciera había que escribirle la Verdad en la frente y luego, en un papelito, se escribía la orden de lo que iba a hacer.  Pero había que tener mucho cuidado.  Una vez una mujer, desesperada por una sequía, le escribió “Trae agua del río” y el Golum rápidamente buscó el río caudaloso más cercano y cavó una zanja que desvío el río hasta inundar el pueblo.  Los hombres entonces buscaron desesperadamente al Golum y tuvieron que escribir en un papelito que le pusieron en la boca (otros dicen que fue en la nariz) que se detuviera para evitar mayores desastres.

El Cíclope también defendía a su gente pero, al pedírselo había que darle una lista con los nombres de aquellos a los que debía defender y otra lista de los que podían ofender.  Así que en las listas se tenía que poner:  “Cuidar vida, hacienda, cosas, familia y trabajo de Fulanito de Tal que vive en tal lugar y su esposa se llama Manganita de Tal con hijos de nombre Perenganito y Sutanito  que viven en la casa roja de dos plantas cercana a la plaza principal porque Periquillo Malatesta….” Y así tenía que ser la orden muy específica.

Golum era tan parecido a nosotros que si te lo topabas en la calle no veías diferencia contigo o con otros y otras.  Porque a veces era hombre o mujer.  Lo más raro era que no te saludaba (y se llevaba un dedo a la boca en señal de silencio y cerraba los ojos). Cuando no sabías de Golum te asustaba porque sabías que te habías encontrado con algo extraño que no tenía espíritu.

Golum era muy fuerte pero también se detenía si se le cubrían los ojos porque lo que escuchaba le confundía y no muy pocas veces, cuando le cubrían los ojos, caía estrepitosamente y hubo veces en que mató o lastimó por accidente a algún caminante o vecino que se topó con él mientras traía los ojos cubiertos.

El Cíclope solo podía vivir con palabras ya sea que se las escribieran (aún la recuerdo haciendo una señal con mano derecha como empuñando una pluma escribiendo en el aire) o que se las dijeran de buen modo.  Con santo y seña porque si no se equivocaba.  Un día se juntaron todas las familias y principalmente las mujeres porque los hombres no dejaban en paz a Golum.  Lo traían de allá para acá, de arriba abajo cumpliendo las labores que los hombres debían hacer y donde hay flojos se trabaja doble.  Los contratos se cerraban mal, las tierras se habían cultivado de manera deficiente y  Golum era malo para leer así que los maestros y licenciados enseñaban mal.  Entonces la junta decidió que Golum debía ser guardado en una enorme caja de madera y que sólo la Junta podría pedir su ayuda  si se veía en peligro. 

El Golem en la leyenda judía fue un ser creado por uno o varios rabinos.


Fue entonces cuando,  entre lágrimas, Golum se sentó por última vez entre todos.  De alguna forma era su creación, todos lo querían, todos tenían una historia que contar con él.  Como áquella vez que otra mujer desesperada le escribió: “Traéme a mi hijo de las orejas” porque se le había perdido y Golum desesperado iba casa por casa preguntando a los moradores si conocían al hijo de la Señora “Orejas”.  De todos modos el hijo apareció.

Así, esa tarde, se votó para que un anciano, uno solo, escribiera sobre la frente de Golum la palabra “muerte” y cuando se acercaba, su mujer le dijo que no la escribiera sobre la frente sino que la escribiera sobre un papel y se la pegara en la frente porque, al pasar del tiempo, la palabra se haría dura y difícil de quitar. Cuando le pusieron el papelito en la frente, Golum se desplomó ante todos, lo metieron en la caja y le pusieron llave.  Lo querían subir a un ático pero luego decidieron que mejor sería meterlo en un sótano y le dieron la llave de la caja al hombre más confiable de la Junta.


Dicen que Golum sigue guardado en su enorme caja en algún sótano de algún lugar que se ha olvidado.  El prohombre que guardaba la llave la perdió en un naufragio pero, con todos estos años que han transcurrido,  la madera que cubre al Cíclope o Golum debe estar ya vencida.  Solo será cuestión de toparse con él y quitarle de la frente el papelito que dice “muerte”.

viernes, 30 de junio de 2017

Las 3 ovejas, un cuento para niños

Los Leal, somos muy cuidadosos al contar nuestras narraciones familiares.  De niños, en el regazo de la abuela o sentados frente a nuestros abuelos oímos una y mil historias que nos remontaban, de manera velada,  nuestra pertenencia a la perdida Sepharad  y a aquel Viejo Continente allende la Mar Oceana del que un día escaparon nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos para crear el Nuevo Mundo (que no tardaríamos en corromper y pudrir tanto o más que el Viejo).

Era ese mundo poblado de seres fantásticos que estaban al doblar de la esquina o metidos entre las vasijas de las casas.  En los bosques danzaban y habitaban América y se encontraron de manera pacífica y amorosa (al menos eso quiere pensar) con los otros seres de esta tierra.  Imagino a los duendes, las hadas y los elfos platicando con los chaneques; las sílfides, centauros y sátiros haciendo fiestas orgiásticas con los tlaloques y los seres que poblaban los aires europeos retozando con los nahuales.

Había una vez un Troll que habitaba bajo un puente de piedra.  Un Troll es un ser enorme y grotesco que de tanto no moverse y vivir cerca del agua se llenaba de musgo, de moho y de plantas de las veras de los ríos, lagunas y arroyos.  Los Trolls suelen dormir a veces por cientos de años después de comer y resulta que se confunden hasta con las rocas y ha ocurrido que hombres y mujeres se llevan buenos sustos al pararse sobre ellos  y despertarlos.



Pues este Troll, que vivía bajo ese puente, una tarde, tras una copiosa lluvia, despertó.  El hambre de siglos le hacía sentir un enorme hueco en el estómago.  Veía a diestra y siniestra y no veía ningún ave, ningún animal ni ningún hombre, mujer o niño para devorar. 

Cerca de allí pastaban tres ovejas inocentes de lo que pasaba bajo el puente que, llegado el momento, debían cruzar.  La luz del día comenzó a menguar y fue necesario que las ovejas regresaran al redil.  Así, vuelvo a decir, ignorantes de lo que pasaba, la primera de ellas se acercó al puente de piedra. 

¡Blin! ¡Blin! ¡Blin! se oyeron las pezuñas de la pequeña oveja golpetear sobre la calzada de piedra del puente.  De un solo salto, el Troll se puso delante de ella:
- ¡Roar! – Gruñó, y la oveja quedó perpleja sin saber quién era eso o aquel ser tan enorme y lleno de plantas que gruñía frente a ella.  Amenazante, se puso delante de ella y le informó:

-¡Te devoraré!

La oveja dió unos pasos atrás y le dijo:

-¡Espera! Veo que tienes mucha hambre y yo soy muy pequeña.  De nada te serviría devorarme.  Mejor déjame ir y seguiré creciendo y engordando  así, con el tiempo, cuando esté gorda y grande me podrás comer.  Tras de mí viene mi hermana, ella es mayor que yo y tiene más carne que yo. –

El Troll asintió y la dejó pasar en espera de un manjar mayor. 

¡Blan! ¡Blan! ¡Blan! Se escucharon las pezuñas de otra oveja que caminaba sobre el puente.  El Troll saltó  al lado de ella:

-¡Te devoraré porque eres más grande que tu hermana pequeña!

La segunda Oveja extrañada por la frase le dijo:

-¿Yo? ¿Más grande? ¡No conoces a mi hermana mayor!  Ella sí que está gorda.  Tanto que no puede ni caminar.  Si lo que quieres es un manjar nada pierdes con esperar un poco a que pase ella.  A mi me faltan carnes y si me dejas ir, te serviré de alimento en tu próximo plato.

Perplejo, el Troll la dejó ir. 

Pasó el tiempo y ya se saboreaba la suculenta carne de la Oveja Mayor.  Se imaginaba hacerse un nuevo abrigo con la piel de la inmensa oveja y una almohada con su lana.  La boca se le hacía agua solo de imaginar el exquisito sabor de carnes tan magras.  Pasaba bocados de saliva porque su imaginación le llevaba a pensar en los costillares, las piernas y los “machitos” de la Oveja enorme, casi gigantesca (digna de un Troll) que vendría enseguida.

¡Blon! ¡Blon! ¡Blon! Se escucharon las pesadas pezuñas de la última Oveja y el Troll saltó sobre el puente quedando justo tras la enorme Oveja de cuernos rizados. 

-¡Roar!-  Bramó.

-¡Roar!- Hizo nuevamente y la Oveja se detuvo extrañada por semejantes gruñidos.

-¡Te devoraré!-

La Oveja mayor, sin preocupación, alzó sus patas traseras con toda su fuerza y dio una coz al Troll quien cayó, cuán pesado era, al embravecido arroyo que bajaba llevando árboles y piedras por la reciente tormenta.



¡Blon! ¡Blon! ¡Blon! ¡Blon! Siguió su camino la Oveja mayor para encontrarse con sus dos hermanas al otro lado del puente.  Desde entonces no hemos tenido noticia del Troll que fue arrastrado por la corriente de agua a un lugar desconocido.


domingo, 18 de junio de 2017

El nacimiento de Huitzilopchtli

Coatlicue, la de la falda de serpientes, la Madre Tierra, barría azarosa los templos de Tollan cuando sintió que alguien la veía y se sonrojó.  Desde el  cielo Tonatiuh, el Sol Joven la veía prendado de su belleza.  Esa mañana, mientras la veía desde el cielo, Tonatiuh sintió un impulso natural y de su entrepierna, de su maxtle confeccionado con plumas de quetzal y de águila, se soltó una viruta de plumas con su semen y volando, fue a depositarse en el vientre de Coatlicue quién al momento se sintió preñada.

Tonatiuh, el Joven Sol ascendente.



Allí cerca estaban los otros hijos de Coatlicue: Coyolxauqui, la de los cascabeles en la cara y Centzonuiznahua,  los 400 hermanos.  Coyolxauqui notó en los ojos de su madre el embarazo y se llenó de rabia y de celos.  Corrió al lado de Centzonuiznahua y le contó que tendrían un hermano nuevo.

Coatlicue, la de la falda de serpientes


¿Cómo habían de repartirse el mundo con una hermano más? ¿A que venía el desatino de su madre de embarazarse en aquella hora cuando el mundo apenas tenía un frágil equilibrio?  Urdieron entonces un plan para matar a su madre con el hijo de Tonatiuh aún en el vientre y una noche se dispusieron a hacerlo. 

Cenzoniznahua, los 400 hermanos surianos



Sigilosos, se montaron sobre los muros de los templos donde dormía su madre embarazada. Pero Quetzálcoatl (otro de sus hermanos) los vió ocultarse entre las sombras y Tezcatlipoca les jugó una de sus múltiples bromas haciendo que su madre se despertará intranquila.  Quetzálcoatl, conocedor de los corazones de los hombres y los dioses, se acercó a su madre y le habló a su hermano no nacido:

-Eah hermano que vienen a acabar contigo antes de que veas el sol de este mundo-

Huitzilopóchtli saltó en el vientre de su madre y desde allí le respondió:

-Nada ocurrirá conmigo porque hemos de vivir. Madre nada has de temer.  Ponte en pie y huye. Vete a donde yo te diré que yo cuidaré de ti y de mi. Huye que vienen mis hermanos a darnos muerte-

Y así, Coatlicue dió a huir cada vez más al sur hasta que llegó el momento del parto.  Allí, en Huitzitzilapán, en la tierra de los colibríes.  Donde desde Chicomostoc, desde las Siete Cuevas se domina el campo regado por la Laguna enorme que daba vida a los bosques y espesas selvas, Coatlicue, perseguida por sus hijos, empezó a dar a luz.

No bien empezaron las molestias del parto se escucharon los gritos y los pasos cercanos de Coyolxauqui y Centzonuiznahua.  Sudorosa y jadeante quiso ponerse de pie pero desde el vientre le habló de nuevo Huitzilopochtli:

-Dejame nacer que yo haré cuenta de mis hermanos.  No temas de tu vida ni de la mía que he de vivir.  Dejame nacer madre. -

Y nació Huitzilopochtli justo al momento en que Centzonuiznahua estaba a la boca de la cueva empuñando el matlatl de pedernales y pintado para la guerra.  Pero Huitzilopochtli había nacido colibrí y el asesino oyó solo su leve zumbido y vió brillar la Xiucoatl, la serpiente de fuego que luego cegó su vida.

Huitzilopchtli, el colibrí zurdo empuña a Xiucoatl, la serpiente de fuego


Coyolxauqui, apenas subía las laderas de la cueva y vió el cádaver de Centzonuiznahua. Llena de pavor, trocó la ira en pánico y huyó a Coatepetl, el Cerro Grande las Serpientes.  Corría y volteaba de vez en vez y disparaba dardos a Huitzilopochtli  y tornaba a huir.  Por fin llegó a lo alto de Coatepetl y se sintió aliviada.  Quizá Huitzilopochtli la había perdido y con el tiempo la perdonaría.  Muerto Centzonuiznahua ya no había porque temer un desequilibrio en el mundo porque Huitzilopochtli tomaría su lugar.  Coatlicue era al fin su madre y la perdonaría.

 En esos pensamientos estaba cuando un leve zumbido la hizo ponerse de pie asustada.  Ante ella un colibrí multicolor le amenazaba.  Era Huitzilopochtli, el colibrí zurdo, empuñando a XiucoatlHuitzilopochtli tomó su atemorizante forma y de un golpe en el pecho empujó a su hermana y la despeñó.  Allá rodaba Coatlicue colina abajo hasta quedar desmembrada completamente.  Mientras caía sonaban los cascabeles que adornaban su rostro.  Y cayó por fin  y las piernas y los brazos quedaron separados de su tronco, las manos y los pies de sus brazos y piernas. Los ríos de su sangre se mezclaban con el agua de los arroyos y ríos circundantes.  Huitzilopchtli tomó la cabeza de su hermana muerta y, aún con cascabeles, de un solo impulso, la arrojó a la luna.

Coyolxauqui, la de los cascabeles en la cara, desmembrada


Al amanecer siguiente, Huitzilopochtli, el Colibrí Zurdo, se encaminó a la Laguna a lavarse la sangre de los hermanos fallecidos.  Sus músculos se reflejaban en el Lago.  Con cada costra de sangre que se retiraba, dejaba ver más de su cuerpo desnudo y la Laguna quiso aprisionar la imagen de Huitzilopochtli.  Así, viéndolo desnudo, se quedó enamorada de él y para no olvidarlo, aprisionó sus colore y para que no se le escapara su recuerdo, se hizo piedra transparente de colores, los colores del colibrí.   Huitzilitécpatl, la piedra del colibrí, se hizo la Laguna de su idilio con el recién nacido Huitzilopochtli y la piedra en que se transformó la Laguna, nosotros la llamamos Ópalo.



En Magdalena podemos encontrar al menos 15 especies diferentes de colibríes.
Sus colores son similares a los del ópalo ambos consagrados al culto de Huitzilopochtli.



miércoles, 14 de junio de 2017

El Caballito

¿Qué tan caprichosa puede ser la naturaleza formando imágenes cotidianas?  Hacía el poniente de Magdalena se extiende una maravillosa formación rocosa sobre la que parte del pueblo ha asentado, con riesgo de su vida, su habitación.  Hace años, parte de sus simas fueron bañadas por el agua opalina de la Laguna de La Magdalena.  Allí se yergue magnífico El Caballito,  una colosal imagen coloreada de modo natural por los escurrimientos de las aguas de Magdalena a las que tanto debemos y a las que hemos, ingratos, conjurado.

Nuestra narración inicia cientos de años atrás y al otro lado del mar, en Barcelona.  Un enorme Dragón asolaba las ciudades costeras del Mediterráneo.  Ninguna plegaria, ningún santo pudo detener su camino de bosques y simientes quemadas hacía el puerto español.  Batiendo sus alas, el calor se comenzaba a sentir.  Cualquier viento raro parecía anunciar la preencia de la  mortal Bestia cuya piel no podía ser  traspasada por arma alguna hecha por mano humana.

Un mediodía, los campesinos corrían a protegerse tras las murallas barcelonesas y al ver el pánico en sus rostros, las campanas de los templos comenzaron a tañir  llamando a todos a alcanzar la seguridad detrás de sus murallas.  Horas después, expectantes, desde lo alto de las murallas, los habitantes pudieron ver arder sus cosechas y los bosques circundantes.  El enorme dragón cuyas escamas brillaban como el oro a plena luz del día exhalaba fuego que consumía todo a sus alrededor. 

Pasaron los días y el Dragón pareció satisfacer su hambre con los ganados montunos y los privados.  Desde lo alto de las torres, la muralla y el castillo los pobladores veían como los animales del bosque huían en riadas.   Tras la seguridad de las murallas el hambre comenzó a asomarse.  Uno de esos días cuando las provisiones de la Ciudad casi desparecían, el monstruo avanzó hacía la ciudad.  Todos lo sabían, el Dragón los devoraría.

Los gobernantes de la Ciudad, alarmados, reunieron a las cortes ante el Conde.  En su desesperación decidieron que se hecharía a suertes la vida de uno de sus jóvenes habitantes quien debería presentarse como víctima ante el Dragón.  Solo así, sentían, podía salvarse la Ciudad.  Y hecharon suertes y tocó a un avezado soldado que, despojándose de su armadura camino, ante la mirada de todos, al encuentro del feroz Dragón.  Tras el dramático banquete, la Bestia se retiró dando tumbos y se perdió.    Los barceloneses se creyeron salvados.

Al año siguiente, cercana la cosecha, cuando el campo quemado volvío a vestirse de mieses y el ganado empezaba a crecer nuevamente, la Bestia volvió.  Las Cortes repitieron el sangriento sacrificio y esta vez entregaron a una joven.  De nuevo el Monstruo se retiró.   Ahora sabían que tendrían que hacer un sacrificio anual. 

Llegó la siguiente cosecha y antes de sorprenderse, las cortes volvieron a hechar suertes y mandaron su sacrificio.  Ningún habitante de la Ciudad estaba exento del cobró del Dragón.   Nobles y plebeyos participaban en la mortal lotería y así, durante casi 30 años o más, los barceloneses tuvieron que entregar a alguno de sus más preciados jóvenes hasta que tocó un año en que, el nombre que surgió, dolió a todos.   Desde el Conde hasta el más mísero habitante del burgo barcelonés lloraba porque debía sacrificarse la hija del mismo Conde: doña Blanca  y  la Ciudad se deshizo en llantos y clamores a D-os.  Los principales ofrecían cambiar a doña Blanca por sus hijos o por dos o por tres de ellos pero doña Blanca estaba decidida y ella sería la siguiente víctima.

Llegó el fatal día y el Monstruo  aparecería sobre el bosque y la Ciudad lloraba vestida de luto.  El Conde se deshacía la cabellera desesperado y daba su corona al caballero que pudiera matar a la fiera Bestia sin obtener respuesta.  Todavía de mañana,  se abrieron las puertas del castillo y apareció doña Blanca ornado el largo cabello de flores multicolores y un vestido tan blanco como su nombre ceñido a su cintura con un largo listón azul que arrastraba.  Avanzó con entereza por las calles de la Ciudad acompañada del llanto de todos.  Se abrieron las puertas de la muralla y salió al campo.  La Ciudad se había volcado sobre las murallas y, a cierta distancia, doña Blanca se despidió entrando al espeso bosque.   Un viento de muerte atravesó del bosque a la Ciudad.

En el bosque, doña Blanca se encontró a un apuesto joven vestido tan solo de camisa, pantalón, botas y montado sobre un corcel sin montura.  Sin apearse, el joven entabló conversación con ella y la acompañó por el bosque.  Doña Blanca le explicó su situación diciéndole que había decidió salir a buscar ella a la Bestia porque no quería que su padre fuera testigo del cruel momento en que sería devorada.  Sin darse cuenta,  doña Blanca y el Joven dieron con la guarida del Dragón dormido aún.

Sant Jordi en un monumento en Barcelona


La Joven se despidió del caballero pero él le sostuvo la mano.  Ella se empecinó en avanzar a la Bestia y él la contuvo llevándose un dedo a los labios.  La estrechó contra su cuerpo y en un ágil movimiento retiró el listón que le ceñía el vestido.  Sorprendida doña Blanca, preguntó en un susurro el nombre al joven: - Jordi­- le dijo y de modo ágil se avalanzó sobre el Dragón dormido y pasó el listón por su cuello dando el extremo a doña Blanca. 

Sorprendida la Bestia despertó y se sintió domada por mano humana.  Doña Blanca asustada no sabía que hacer.  Jordi la tomó de la mano y le instó a no soltar el Dragón.  Así,  el Dragón con el listón al cuello seguía a doña Blanca quien iba de la mano de Jordi y este llevaba a su caballo con la otra mano.   Barcelona estalló en un grito de alegría al ver la vuelta de doña Blanca acompañada del apuesto príncipe.  Se abrieron las puertas de la muralla y, por primera vez, los barceloneses podían tocar a la Bestia que los había espantado por años.

En la estampa,  San Jorge asesina al Dragón ante la mirada de doña Blanca, al fondo Barcelona y sus murallas.


Pero la paz tenía un precio y había que pagarlo.  Blanca no podía soltar al Dragón a no ser que se casará con Jordi.  Como en toda tragedia, el Conde y la nobleza se opusieron a la boda de la princesa digna de un rey pero no de un desconocido.  Jordi montó su caballo e invitó a Blanca a subir en él y soltar el Dragón.  Ella se negaba a hacerlo porque eso significaría la destrucción de su Ciudad pero quería irse con Jordi.  Entonces, casi de un salto, en medio de la discusión de la nobleza, montó en el caballo con Jordi sin soltar el Dragón y avanzaron camino al mar y allí se perdieron.

Cientos de años después la historia se siguió y se sigue contando y cada héroe de Barcelona se llama Jordi y a veces Sant Jordi.  Cuando los europeos llegaron a América y encontraron el lago de La Magdalena con un caballo pintado de modo no humano en un farallón, no pudieron menos que recordar la leyenda de Sant Jordi , doña Blanca y el Dragón que un día desaparecieron camino del mar y le llamaron cariñosamente “El Caballito”.

Por si fuera poco, en el mismo macizo donde aparece figurado El Caballito hay un géiser cuyo bramido puede escucharse aún hoy al caer las tardes recordando al bramido de una Bestia antigua que duerme encerrada por la piedra y vigilada por el Caballito de Sant Jordi .  Si un día, el Caballito baja la pata delantera (que la tiene en alto) será sin duda para avanzar y con su paso pétreo romper la roca que guarda al antiguo Dragón.  El Dragón despertará y en una explosión de agua inundará lo que esté a su paso claro está, Magdalena.

Hemos señalado en un círculo la formación rocosa de El Caballito de Magdalena para facilitar su visiblidad.


Nuestros abuelos iban de día de campo al Caballito hace ya muchos  años.  Desde allí veían el oleaje de la antigua Laguna hoy seca para beneficio de unos cuantos y rememoraban la leyenda que acabamos de narrar de un modo o de otro.  De camino a casa no paraban de rezar:

“San Jorge bendito, amarra a tus animalitos con un cordón bendito”

domingo, 4 de junio de 2017

Una lámpara de plata para el Señor Milagroso

Hubo un jesuita magdalenense de apellido Maldonado.  Volvía de Filipinas por allá de los años de 1740. Poquitos después del prodigioso sudor de gotas de color de sangre del Señor Milagroso.   El padre Maldonado fue destinado a la Casa de la Compañía de Jesús en Manila, Filipinas.  La obra jesuita en Filipinas buscaba establecer contactos con las cortes de China y restablecer  las comunidades católicas de Japón.  La tarea de un jesuita no era fácil, mucho menos en el perverso mundo filipino.



Allá, en Filipinas, guiados por europeos, chinos y japoneses creaban las enormes naos que debían  regresar cargadas de porcelanas, tallas de madera estofada, sedas y especias para América año tras año.  Fue gracias a un jesuita que se descubrió la corriente marina que llevaba y traía lo más rápido posible a las naos o galeones de Manila a Acapulco o de regreso. 



El padre Maldonado regresaba a México cumpliendo órdenes en un galeón llamado la “Sacra Familia” (el portugués seguía de moda).  Los alarifes europeos trataban de aprovechar al máximo el espacio en los galeones que surcaban los mares.  De una vez debían traer lo más que podían. Por eso, la cubierta del Sacra Familia se había hecho completamente de madera de sándalo. 




El viaje se había hecho sin ningún contratiempo.  Tras las penurias del  largo paso de la Mar del Sur (así llamaban al Océano Pacífico) las naves se acercaban a una cierta distancia de la playa para navegar siguiendo el litoral.  Era por seguridad.  Estando cerca de la playa, si había algún accidente, se podía rescatar la mayor parte de vidas y mercancías.  Las Naos de Manila viajaban juntas y resguardadas por naves militares.  Se acercaban a la costa del Pacífico a la altura de San Francisco, California y seguían su derrotero al Sur.  San Blas, era un punto donde hacían “aguada” aprovechando el puerto natural que era.   Al acercarse, los capitanes enviaban a la costa las embarcaciones pequeñas para comprar carne seca y agua potable. 

El padre Maldonado quizá se sintió emocionado de saber que estaba cerca del lugar donde había nacido.  Pero la naturaleza les iba a hacer una mala pasada.  El Sacra Familia no podía ser controlado.  Al parecer, un cambio en el lastre (lo que servía para darle estabilidad a la nave en el mar) lo estaba llevando a pique.  La emergencia se hizo palpable.  Las demás naos ya habían zarpado y no alcanzarían a regresar para rescatar a los naúfragos  y su valiosa carga.



La desesperación hizo presa de los viajeros.  En un último esfuerzo el capitán trató de encallar la nave en la costa.  Era una carrera contra el tiempo.  Encallar la nave no era seguro.  El tonelaje haría que el casco se desgajara y con seguridad habría vidas perdidas.  Nada aseguraba que el plan la mantuviera a flote al menos el tiempo suficiente para rescatar las vidas que cargaba.  El tiempo apremiaba.  El tesoro de Asia ya no importaba había que salvar vidas.

El padre Maldonado pidió que se jurara al Señor Milagroso que, si salían todos y cada uno de los viajeros con vida de aquel trance, irían de allí a su santuario a pie.  La desesperación hizo que todos lo prometieran.  Como si de un hechizo se tratara, el Sacra Familia fue llevado casi con suavidad hasta una playa rocosa.  El golpe duro de la nave contra las rocas estremeció a todos pero el Sacra Familia  se había sostenido a flote en el último momento.  El resto de la flota regresó a salvar lo que se pudiera de las mercaderías mientras los naúfragos, ya en tierra, deshaciéndose en llantos de agradecimiento preparaban su larga procesión a Magdalena.

Un mercader, dialogaba airadamente con el capitán de la nave.  En su desesperación,  había prometido llevar parte de la madera de sándalo hasta Magdalena.  El Capitán era responsable de que la madera se entregara en su totalidad, pero entendía también que si no hubiera sido por la intervención del Señor Milagroso toda la nave y las vidas se hubieran perdido.  Contrataron los arrieros que hubo en San Blas y decidieron que solo se llevaría al Santuario del Señor Milagroso la madera que se pudiera cargar.  Al fin que, El que había salvado la nave, podía cobrarse el precio que quisiese.  Así, subió una procesión desde San Blas a Magdalena en la mitad del siglo XVIII  con el fin de cumplir un voto al Señor Milagroso.  Con ellos, algunas carretas cargadas de madera de sándalo fueron donadas al templo. 

Los naúfragos pagaron la hechura de una lámpara de plata en forma de nao para recordar el maravilloso suceso.  El sándalo suplió al antiguo piso de madera del templo.  Durante mucho tiempo la lámpara de plata en forma de nave, adornó el templo del Señor Milagroso y el crujir del piso despedía un aroma singular.   Pero llegaron las modernidades.  Nuevos curas se hicieron cargo del Santuario.  Las crisis fundieron la nave de plata.  El piso de madera del templo del Señor Milagroso se hizo añicos para poner uno de mármol de Carrara más moderno, más luminoso según decían.  Y se perdieron los recuerdos de aquella mañana cuando una nave rica estuvo a punto de perderse en la Mar del Sur y el brazo del Santo Cristo salvó vidas y caudales.


La historia del naufragio del Sacra familia llegó a mi por cuentas de mi tía Guadalupe Ayala.  No es raro encontrar narraciones como estás en casi todos los santuarios americanos dedicados a la Virgen o a Jesucristo.  Los impresionantes actos de piedad popular como esas procesiones largas que hoy nos pueden parecer imposibles eran también comunes.  Sorpredentemente sí hubo un padre de apellido Maldonado oriundo de Magdalena, de la Compañía de Jesús y que estuvo en Filipinas.  De la lámpara de plata en forma de nave no hay registro alguno.  En 1754,  fray Juan Barbosa cambió el piso de madera del templo del Señor Milagroso por uno nuevo a pesar de que profesaba que eran en extremo pobres.  Ese piso de madera fue él mismo que se hizo girones para poner el de mármol de Carrara.  Algunos recuerdan que partes de ese piso se quemaron y que despedían un olor fascinante.  “Escruta el pasado, pregunta a tus padres” aconseja el Libro.